Vidas difíciles

Decía ayer que La comedia humana, de William Saroyan, me ha impresionado por el optimismo y la humanidad que respira y la verdad es que creo que me va a ayudar a mirar con otros ojos a muchos alumnos que pululan por el instituto con el cartel colgado de «Peligro. No tocar. Altamente inflamable».
El otro día estuve hablando de algunos de ellos a los que doy clase con la profesora de integración, que es la que se encarga de quienes tienen un desfase curricular importante (un desfase curricular importante es tener nivel de 1º ó 2º de Primaria estando en 2º de ESO). Hay historias estremecedoras, la mayoría marcadas por complicaciones familiares: «la madre de X está en la cárcel y X está viviendo en una familia de acogida, a Y no le quiere su madre y no sabe qué hacer con él, el padre de Z tiene SIDA…»
Y por eso uno se explica que XYZ sean alumnos difíciles. Ahora, cuando me cruzo con ellos por el instituto o cuando les doy clase, procuro sonreírles, preguntarles qué tal les va, animarles… y pienso qué habría sido de mí en su misma situación. Casi siempre, detrás de un alumno difícil lo que hay es una vida realmente difícil.

La comedia humana

Ayer me terminé de leer La comedia humana, de William Saroyan y acabé conmovido. Es un libro que respira optimismo en el ser humano, a pesar de todo. Y he aprendido mucho de Homer, el chico de catorce años que empieza a trabajar como mensajero de la oficina de telégrafos y de Spangler, el director de la oficina, que es capaz de ver lo mejor que hay dentro de cada uno. En un momento dado, un pobre soldado entra en la oficina dispuesto a atracarle y le pide, pistola en mano, que le dé todo el dinero. La respuesta de Spangler es sorprendente y enriquecedora:

-Te daría el dinero de todos modos -dijo Spangler-, pero no porque me estés apuntando con un arma. Te lo daría porque lo necesitas. Ten. Éste es todo el dinero que hay. Cógelo y luego coge un tren a casa. Vuelve con los tuyos. Yo no informaré del robo. Pondré el dinero de mi bolsillo. Aquí hay unos setenta y cinco dólares.
Esperó a que el chico cogiera el dinero pero el chico no lo tocó.
-Lo digo en serio -dijo Spangler-. Coge el dinero y vete. Lo necesitas. No eres ningún criminal y no estás tan enfermo como para no poder curarte. Tu madre te está esperando. Este dinero es un regalo que yo le hago. Si lo coges no serás un ladrón. Tú coge el dinero, guarda ese arma y vete a casa. Tira el arma en alguna parte, así te sentirás mejor.
El joven volvió a guardarse el arma en el bolsillo del abrigo. […]
-Lo que tendría que hacer es pegarme un tiro -dijo.
-No digas locuras -dijo Spangler. Juntó todo el dinero y se lo dio al joven-. Ten. Aquí está todo el dinero que hay. Cógelo, vete a casa y ya está. Si quieres, deja el arma aquí conmigo. Ten tu dinero. […] Sé cómo te sientes porque yo me he sentido igual. Todos nos hemos sentido igual. Los cementerios y las prisiones están llenos de buenos chicos que han tenido mala suerte y han vivido malas épocas. No son criminales. Ten -dijo con amabilidad-. Coge este dinero y vete a casa.

El dictado será otro día

Ha pasado ya una semana de clases normales en el instituto… y, de momento, no sólo sobrevivo, sino que me lo estoy pasando en grande.
El problema es que quizá a veces estoy arriesgando demasiado y haciendo todo aquello que uno no debe hacer el primer mes de clase y me temo que, aunque ahora me comen en la mano, dentro de poco acabarán comiéndome la mano. Da igual, procuraré disfrutar de estos momentos. Les he leído a los de 2º y 4º de ESO el cuento «Un hombre del sur» de Relatos de lo inesperado de Roald Dhal (lo han escuchado en un silencio sobrecogedor y eso que la lectura ha durado cerca de 20 minutos), me he emocionado casi hasta las lágrimas, no puedo evitarlo, al hablarles de la lengua, sonrío de vez en cuando…
Tal vez la clase más complicada hasta ahora haya sido la primera clase con el grupo de refuerzo de lengua de primero de ESO, en el que se me juntan cerca de quince alumnos, la mayoría gitanos, de lo «mejorcito» de cada clase.
Conseguir llegar hasta el aula donde imparto la clase fue una pequeña odisea. Meterles dentro y dejar fuera a los que se querían apuntar a la fiesta me llevó también un tiempo.
Una vez dentro de la clase no parecía posible que dejasen de hablar (eso sí, de cosas de lo más profundo: «¿quién es el cerdo que se ha tirado un pedo?») y allí aguanté el tirón, en silencio, mirándoles serio, pero no amenazante («¿qué pasa profe, nos va a hipnotizar?», «bueno, di algo, que esto es un rollo»)… Al cabo de un rato empecé a hablar, bajo y despacio. Tuve que repetir el comienzo dos o tres veces. Les dije que les iba a contar mi vida y empecé a hacerlo… Cada vez que hablaban, me callaba y tardaba un rato en volver a empezar: «venga, profe, sigue», «perdonad, es que pienso despacio y me cuesta concentrarme, por eso me han mandado a refuerzo de lengua».
Para mi sorpresa empezaron a callarse. «…Y luego estudié filología clásica, latín y griego…», «¿y sabes griego, profe?», «no me llamo profe, me llamo Eduardo, y sí, sé griego», «¿y cómo se escribiría mi nombre?». Y puse en la pizarra su nombre en griego. «¿Y el mío?». También. Y seguí con mi vida. «…Pues el sábado pasado se casó mi hermana». Vaya, bingo, les encantan, sobre todo a ellas, las bodas. «¿Y puedo contar yo mi vida?», «sí, pero espérate a que acabe yo».
Y después M. nos contó su vida, precisamente M. que era quien más guerra había estado dando. Y resulta que sabe muy bien lo que le pasa y dónde está el origen de su actual situación: «yo era muy buena estudiosa, pero luego me junté con una amiga que era mala y me volví muy vaga y tuve un profe de esos que no escuchan (ah sí, vale, muy bien y a otra cosa)»… Antes de lo que creía sonó el timbre del final de la clase.
Me temo que los primeros días el refuerzo de lengua va a consistir en practicar la expresión oral. No vamos mal si consiguen respetar los turnos de palabra y escuchar a quien habla. Cuando nos entendamos les pasaré el dictado que me había preparado para ese primer día. No hay prisa, lo primero es hacer posible la comunicación.

Primer día con alumnos

Ojalá todos los días fuesen el primer día.
A las diez de la mañana se han ido juntando en el patio los alumnos de 1º de ESO, muchos acompañados de sus padres o, mejor dicho, de sus madres que iban allí a despedirlos como si no les fuesen a volver a ver. Quizá lo que despedían era la infancia de su hijo y se habrán vuelto a casa o al trabajo pensando en la adolescencia que se avecina, rebelde e incomprensible.
El director, desde la puerta de entrada del edificio, ante la mirada callada y algo dolorida de las madres, iba llamando a los nuevos alumnos que eran fagocitados por el instituto y marchaban, acompañados del tutor, rumbo a lo desconocido.
Ojalá todos los días fuesen el primer día. He subido con mi tutoría a clase (1º E) y allí, quietos y en silencio, se han ido sentando donde les iba indicando, sin protestar, como si hacer caso al profesor a la primera fuese lo más normal del mundo (yo he tratado de disimular para que no se me notase la emoción: ojalá todos los días fuesen el primer día).
Una vez sentados, les he explicado algunas normas básicas de funcionamiento, les he dado el horario de hoy, mañana y pasado (días raros, sin clases normales, con horas para pruebas de nivel, explicación de normas, consejos para convertirse en estudiantes modelos, etc.) y han salido al recreo.
Después del recreo han llegado puntuales (ojalá todos los días…) y hemos hecho la prueba de lengua. Todos callados, en sus sitios, atentos a las indicaciones.
De todas formas, no sé si consciente o inconscientemente te van probando: «Levanta la mano antes de hablar», «¿puedo ir al servicio? Espérate que ya sólo quedan 15 minutos», «en clase no se come chicle», «por favor, siéntate bien»…
Después de la prueba de lengua han tenido otro recreo y a última hora estaba previsto hacer unas dinámicas de grupo para conocerse.
Les he contado mi vida, brevemente, y después me he encargado de una primera presentación de todo el grupo: ante su sorpresa, he ido diciendo el nombre y apellido de cada uno sin mirar en la lista… Sólo se me ha olvidado un apellido. Se han quedado casi boquiabiertos, pero les he confesado que tenía truco: me he estudiado la lista de clase y cuando uno estudia las cosas se las aprende (¿habrán pillado el mensaje?).
Ayer por la tarde, asistí a la reunión con padres nuevos. Fui el único tutor que estaba allí y, de hecho, cuando por la mañana le había dicho al director que lo mismo me pasaba por la reunión, me miró más sorprendido que agradecido y me dijo «sería estupendo, pero que sepas que corre de tu cuenta». Luego añadió, quizá para que me entrase algún remordimiento de conciencia y no fuese: «en fin, si tienes tiempo y ganas». Y la verdad es que de tiempo y ganas andaba escaso, pero creo que los padres son los primeros educadores y que si no se llega a los padres es muy difícil construir nada. El caso es que, después de la reunión, me dieron la lista de mi tutoría, con 20 nombres y aprovechando que tras la oposición todavía tengo las neuronas entrenadas, me aprendí todos los nombres. A lo largo de la mañana he ido juntando el nombre con la cara y a última hora ya les conocía.
De todas formas, tampoco he querido engañarles y les he advertido de que las apariencias con frecuencia engañan y que yo no soy tan majo como parezco. Sin embargo, aunque sé que me estoy engañando, creo que ellos sí que son majos. Ojalá todos los días fuesen el primer día.

El comentario de texto en las oposiciones de lengua y literatura

Ha pasado mes y medio desde que supe que aprobé las oposiciones y elegí instituto. Pero había dejado pendiente contar aquí mi experiencia como opositor por si le vale a algún valiente que quiera intentarlo. Desde luego hay que convencerse de que es posible, hay que armarse de paciencia y valor y hay que tener también algo de suerte.
El ejercicio de comentario de texto se hace el primer día y tienes para realizarlo tres horas y media. En otro lugar de este blog puse qué textos cayeron en Madrid y qué preguntas se hicieron.
Las tres preguntas aparecían al principio:
1.- Resumen del contenido y estructura de cada uno de los textos.
2.- Comentario y análisis de carácter general de cada uno de los textos haciendo referencia a los diferentes niveles del texto (pragmático, semántico, morfosintáctico o fonológico) en función de su relevancia para el significado general del mismo.
3.- Valoración crítica de cada uno de los textos.
Ante estas preguntas cabe la duda de si es mejor comentar los textos por separado o agrupar las respuestas y fragmentar el comentario.
Parece más lógico hacer el comentario global de un texto y luego pasar al otro. Por si las moscas yo puse un párrafo introductorio aclarando lo que iba a hacer.
Dentro de cada comentario seguía el orden de las preguntas: resumen, contenido, análisis general y valoración crítica, diciendo cuándo empezaba una parte y acababa otra con alguna referencia indirecta.
En el resumen creo recordar que no puse en ningún momento lo de «este texto trata de…», sino que empecé directamente con una sinopsis del texto.
La pregunta a la que me parece que hay que dedicarle más tiempo es la segunda, pero no hay que tratar de ser exhaustivos, porque es imposible. Es bueno tener siempre a la vista el reloj y pensar que para cada texto hay una hora.
Antes de empezar a contestar me leí unas cuantas veces el texto, hice mis anotaciones, mis subrayados, mis ideas… y cuando tenía en la cabeza lo que quería hacer, empezaba a escribir.
En el primer texto, como era una poesía, seguí un orden lineal, explicando los recursos retóricos a medida que iban apareciendo y destacando los puntos más significativos.
En el segundo texto, el narrativo, intenté hacer el comentario por apartados: el morfológico, el sintáctico, el semántico…, diferenciando la parte dialogada de la parte descriptiva.
En el tercer texto iba bastante pegado de hora y las anotaciones previas fueron más caóticas. Me lancé a hacer un comentario pragmático, analizando cómo el autor hacía continuas referencias de forma indirecta a sucesos de la vida política actual. Cuando faltaba poco tiempo para acabar el examen y todavía no había hecho la valoración crítica seguí diciendo lo que estaba diciendo antes, pero advirtiendo que había cambiado de sección.
Arriesgué y puse el nombre de los autores tanto en el primer texto como en el segundo. Acerté, pero no sé qué habría pasado si me hubiese equivocado.
De todas formas, creo que se valora que esté bien redactado, que se ofrezcan distintos tipos de comentarios, que uno no se ciña a un esquema demasiado fijo… Claro que todo esto son suposiciones, porque no sé realmente lo que valora el tribunal, lo que sí sé (y creo que ya lo anoté por aquí) es que después de leer el examen el tribunal me felicitó por los comentarios. Esto no lo digo para echarme flores, sino para animar: del examen salí contento, pero los días siguientes empecé a ver mil cosas que durante el examen no había visto, a acordarme de muchos detalles que había dejado de comentar… Sin embargo, creo que el tribunal no pide la perfección (por lo menos el que a mí me tocó, al que estaré eternamente agradecido), sino que uno sea capaz de extraer del texto las ideas principales, la estructura, los recursos de los que se ha valido el autor…
Para prepararme este examen me había leído unos cuantos libros de cómo se comenta un texto literario, desde el famosos de Lázaro Carreter hasta uno que había salido en el 2005. Me ayudó mucho un libro publicado por la Universidad de Barcelona con comentarios de varios profesores universitarios a distintos textos (gracias a eso, entre otras cosas, saqué que el segundo texto era de El Jarama) o la colección de Castalia con textos comentados dirigida por Alarcos. También saqué cosas de la página de Iberletras, que ofrece comentarios de oposiciones anteriores y de alguna otra página que ya no recuerdo, así como de algún libro perdido de la biblioteca.
Me temo que esta entrada ha sido bastante ladrillo, y que tiene poco que ver con aquello de que la vida es cuento, pero confío en que le pueda orientar a alguien. De todas formas, en esta línea ya es absurdo disculparse, porque a los que la entrada les pareció un tostón desde el principio no han llegado hasta aquí. Yo, desde luego, he llegado con muy pocas ganas.

Un claustro y una sonrisa

Ayer tuvimos el primer claustro: cerca de tres horas cargadas de avisos, consejos, buenas disposiciones, pedaleo, alguna que otra discusión y pocas propuestas concretas, porque a veces los problemas son irresolubles: ¿es mejor dejar entrar a los que llegan tarde? ¿se les deja en el patio? ¿en el (j)aula de estudio? ¿se les impide la entrada al centro?
En la sala de profesores he visto hoy un cartel con los acuerdos adoptados por un claustro del 2003 y coincidían alarmantemente con muchas de las cosas que se dijeron ayer.
A más de uno el claustro debería ayudarle a entender mejor a los alumnos y sus reacciones: quien habla piensa que está diciendo cosas fundamentales e importantísimas, pero quien escucha considera aquello una triste pérdida de tiempo que no sirve para nada y por la que se ha visto obligado a madrugar. Para hacer más llevadero el trago hay quien se lleva el periódico y lo lee más o menos discretamente, hay quien cuchichea (dejemos el verbo en “cuchichea”, aunque a veces hay que cuchichear más alto que el de al lado para hacerse entender), hay quien mira el reloj cada cinco minutos o se levanta y se va sin pedir permiso… El que habla hace que no oye el jaleo (como tantas veces ocurre en clase) y los que oyen hacen que escuchan interviniendo de vez en cuando (también como en clase). Y uno entiende que si la asignatura les importa a los alumnos lo que el claustro a los profesores, bastante hacen con estar.
Sin embargo, el claustro tiene también mucho de partido de fútbol, cuando acaba todos se olvidan del resultado y quedan tan amigos.
Después del claustro hemos tenido reunión por departamentos para elegir los cursos y las asignaturas y una vez más he comprobado que el ambiente entre profesores es envidiable. Para la elección el criterio que se ha tenido en cuenta es el de la antigüedad en el centro, pero haciendo una rueda, es decir, cada uno iba eligiendo un curso y cuando se acababa la rueda se volvía a empezar. Me he quedado con la lengua de un primero de ESO, tutoría incluida, con unos refuerzos también de primero, y con un 2º de ESO y un 4º. Quizá mejor de lo que esperaba, aunque, de todas formas, creo que echaré mucho de menos mis latines y mis griegos. No importa, creo que me lo pasaré bien, hasta en el claustro uno puede sacar una sonrisa. Sit nobis schola levis.

Primeras impresiones

Después de más de un mes desconectado, como si todavía estuviese en pleno siglo XX, vuelvo a la carga con energías renovadas.
Durante agosto me he olvidado tanto de la oposición que no me acordaba de qué papeles tenía que rellenar ni dónde había que entregarlos. Esta mañana ya he puesto un poco en orden las ideas y después de las correspondientes colas y de escribir en cinco sitios diferente todos mis datos personales, creo que no me he dejado nada en el tintero para ser un funcionario en prácticas como la comunidad manda.
Ayer estuve en «mi» instituto. Me sentía como quizá se sentía Alicia al entrar en el país de las maravillas, sabiendo que no todas las maravillas son buenas.
Sin embargo, hasta ahora me he encontrado sólo con maravillas de las buenas. Después de saludar al jefe de estudios subí a la sala de profesores y empecé a conocer gente. Gente de sonrisa y carcajada, acogedora y amable, capaz de hacer de cicerone por los rincones del instituto y de desentrañarte sus secretos (los del instituto y los suyos). En general, el comentario es unánime: «éste es un buen instituto, pero…». El «pero» es que hay demasiados alumnos conflictivos, muchos de ellos de raza gitana, con ninguna gana de aprender… Me temo que tengo que hacer un curso acelerado de «gitanología», porque hasta ahora mi trato con los gitanos ha sido escaso y tangencial. Sé que el problema estriba en que su cultura es diferente y que, por tanto, ha de ser también diferente el planteamiento de la enseñanza…, pero sé poco más, así que agradeceré cualquier tipo de sugerencia.
Mañana hay una reunión con profes nuevos y el jueves por la mañana es el claustro y la distribución de las clases. Esta distribución se puede hacer, dentro de cada departamento, de dos maneras: por acuerdo general o, si no se llega un acuerdo, por el método de la «rueda», en el que se va eligiendo curso y clase por orden de antigüedad. Tendré que emplearme a fondo para que triunfe el acuerdo, porque en la «rueda» saldría claramente perjudicado. Eso sí, no me cabe ninguna duda de que alguno de los cursos conflictivos me va a tocar y la verdad es que no me importa, porque de todo se aprende.
Además, según me han comentado algunos, lo mejor del instituto es el ambiente entre los profesores, y por lo que he visto hasta ahora es cierto: en distintos momentos de la mañana me he ido a tomar un café y una cerveza y las dos veces he salido del bar sin pagar porque ya se había adelantado alguien «sibilinamente» para pagar lo de todos. Durante esas conversaciones no han salido a relucir críticas contra los «jefes», ni se ha hablado mal de otros compañeros. Quizá sólo sea un espejismo, quizá dentro de una semana esté desenterrada el hacha de guerra, pero prefiero pensar que la vida es cuento y que el país de las maravillas existe, como también pienso que debe de existir la terrible reina de corazones y que, en algún momento, habrá que hacerla frente.