¡Feliz Noche! 2019

Hace unos días me llegaron christmas manuscritos para desearme una feliz Navidad, porque todavía queda gente buena por el mundo. También me han llegado unos cuantos correos y ahora mismo hay una buena lista de «wasaps» a los que todavía no he empezado a responder… Y tampoco he empezado a responder a las felicitaciones manuscritas… Pasa el tiempo y cada vez consigo mayores niveles de ineficacia.

Pero vaya por aquí mi felicitación para esta noche, que por algún sitio hay que empezar: ¡Feliz Noche a cuantos se siguen pasando por aquí, inasequibles al desaliento, o a los que llegan por azar y no saben muy bien por qué están leyendo estas letras! Feliz Noche, porque esta es una noche buena, en la que los cristianos recordamos que hay un Dios tan loco de amor que es capaz de hacerse hombre para salvarnos y para acercarnos sin miedo. Como decía Benedicto XVI en una homilía de Nochebuena de hace unos años:

Una vez más, como siempre, la belleza de este Evangelio nos llega al corazón: una belleza que es esplendor de la verdad. Nuevamente nos conmueve que Dios se haya hecho niño, para que podamos amarlo, para que nos atrevamos a amarlo, y, como niño, se pone confiadamente en nuestras manos. Dice algo así: Sé que mi esplendor te asusta, que ante mi grandeza tratas de afianzarte tú mismo. Pues bien, vengo por tanto a ti como niño, para que puedas acogerme y amarme.

Benedicto XVI, homilía del 24 de diciembre de 2012

Cada año suelo poner el belén en la pecera de mi casa (jugándome el brazo entre peces hambrientos), pero este año, quizá animado por la carta del papa sobre el belén, Admirabile signum, puse otro belén en mi confesonario… Bueno, no sé si «poner» es el verbo adecuado. Creo que sería más correcto decir que este año el belén lo he clavado:

Aprovechando que el confesonario del cole está recubierto de corcho y que hay por allí unas cuantas chinchetas, me fue viniendo la inspiración:

  • Una chincheta amarilla… El Niño Jesús, sol que viene a iluminar el mundo.
  • Una chincheta blanca… La Virgen Inmaculada, toda pura.
  • Tres chinchetas verdes… Los reyes magos, que, como era de esperar, vienen de oriente. Y además, la tercera chincheta es de un verde un poco más oscuro.
  • Las chinchetas rojas… Los pastores… Y san José. En el fondo, todos los que tienen un corazón grande (de ahí el rojo, claro) para acoger al Niño Dios, aunque unos estén más cerca y otros todavía más lejos.

Pues lo dicho, feliz Noche y me voy a poner a responder felicitaciones navideñas, que, si no, al final me van a dar las uvas… Y no es exageración. Bueno, un poco sí.

Miércoles de ceniza y fin del postureo

Me había propuesto escribir una vez a la semana, en principio los miércoles, y ayer fue miércoles y no escribí… Miércoles de ceniza, día de ayuno y abstinencia. Me gustaría decir que no publiqué ninguna entrada en el blog porque estuve de ayuno digital, pero la verdad es mucho menos heroica y más prosaica. Como si no me conociese, conseguí engañarme a base de «a ver si luego encuentro un buen rato y escribo».

Todos los años, en la misa del miércoles de ceniza, día de inicio de la cuaresma para los católicos, se lee el mismo Evangelio: Mateo 6.1-6.16-18. En ese pasaje Jesús recomienda a sus discípulos acabar con el postureo. Postureo es una palabra bastante nueva, que ha entrado en el diccionario de la RAE en diciembre de 2017, pero el postureo es tan antiguo como el ser humano. Y Jesús les pide a sus discípulos que cuando hagan limosna, recen o ayunen no lo hagan para conseguir «likes»:

«Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser ser honrados por la gente (…). Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres (…). Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan (…)».

Y uno se escandaliza de lo hipócritas que son los hipócritas, pero a la vez sabe que, como se descuide, estará cada poco revisando las estadísticas de esta entrada, para ver si ha tenido eco, en lugar de ponerse a concretar en sus propias carnes, siguiendo los consejos del papa en su mensaje de cuaresma, cómo dedicarse al ayuno («o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón»); a la oración («para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia»); y a la limosna («para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece»).

¡Que empiece la cuaresma y acabe el postureo!

¡¡Feliz Noche 2018!!

Sí. A veces recuerdo que tenía un blog. Y que hubo un tiempo en el que escribía. Y reconozco que he estado a punto de escribir, sobre el «Paseo de Santiago», por ejemplo. Pero al final me ha podido más la costumbre.

Pero la que no quiero perder es la de felicitar desde aquí la Nochebuena a cuanto incauto tropiece por casualidad o por incorregible empeño en esta página.

¡¡Feliz Noche y muy feliz Navidad!!

Los últimos años me he dedicado más al Twitter (sin excesos claro) y por estas fechas he ido escribiendo algún que otro microcuento navideño.

Aquí dejo los que he recuperado e incluyo un «microfotocuento» inédito:

Feliz Noche 2018

Por enésima vez fui en busca de Centésima, la oveja más tonta del rebaño.
La encontré dentro de una gruta, jugando con una mula y un buey… Y era cierta la «ridícula» historia que me habían contado los demás pastores.
El tonto era yo y llevaba mucho tiempo perdido.
#microcuento
#FelizNavidad
Feliz Navidad 2018
Sostenía al Niño con manos temblorosas e inexpertas:
-Yo diría que tiene hambre…
-De tu cariño -me respondió María con su más hermosa sonrisa.
#microcuento
-¡Aquí! -dijo María.
-Pero si es frío –replicó José.
-Metemos a la mula…
-No será bastante.
-Y al buey.
-Pero si está sucio.
-Nada que no se pueda barrer –insistió María con una sonrisa.
Y José empezó a limpiar a fondo mi corazón.

#Nochebuena

 

Un año de sacerdote

Esto quería haberlo escrito ayer, que es cuando cumplí mi primer año como cura. Y lo peor es que ni siquiera tengo una buena excusa para no haberlo escrito. Pensé que después sería mejor momento, a pesar de que sé con certeza que «después» no suele ser nunca «mejor momento». De hecho, esta entrada no quería haberla escrito ayer, sino hace ahora justo un año, el día después de ordenarme, pero pensé que después sería mejor momento.

Ayer recibí muchísimas felicitaciones y hoy me ha preguntado M.: «¿Qué? ¿Cómo lo llevas?», y ha llegado el momento de reconocer que no es fácil contestar a esa pregunta, pero sí de apuntar una respuesta. No sé si fue Forbes quien sacó un estudio diciendo que los sacerdotes eran los tipos más contentos con su profesión, aunque tampoco me lo tiene que decir Forbes para saberlo, por lo menos en mi caso. De todas formas, estoy seguro de que hay mucha otra gente de muchas otras profesiones inmensamente feliz. O por lo menos eso espero.

La felicidad de ser sacerdote no viene tanto, como piensa mi sobrina C., de que solo tienes que celebrar una misa por la mañana y luego no hacer ya nada en el resto del día, sino más bien de saberse elegido de forma totalmente inmerecida para ser instrumento de la Providencia para celebrar los sacramentos y hablar a la gente del Evangelio, la historia más hermosa del mundo. Y en este año. además de las cientos de horas de predicación, he tenido la oportunidad de celebrar 377 misas (sí, es un número aproximado: algunos días he celebrado dos, pero tampoco llevo la cuenta exacta de cuántas veces ha ocurrido eso), cuatro bautizos (el de mi sobrina L. incluido), tres bodas y media (en una concelebré de segundo, pero de todas formas los ministros del matrimonio son los cónyuges, no el cura), una unción de enfermos (aquella misma noche, Lucía se fue al cielo, desde donde espero que me cuide) y varios cientos de confesiones. Y he comprobado muy de primera mano que los sacramentos no son solo la fuente de la gracia, sino también de una inmensa alegría.

El año ha estado también entretejido de otras mil pequeñas historias, pero la inmensa mayoría no son para publicar, por pequeñas o por historias, pero… Uy, he estado a punto de escribir: «me hago el firme propósito de venir a contar algo al blog con un poco más de periodicidad», pero luego he pensado que lo de «firme» era excesivo y que lo del propósito a estas alturas ya nadie me lo iba a creer. Así que casi mejor dejo la entrada (un tanto sosa, sí, pero es la falta de práctica) en los puntos suspensivos después del pero…

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La trigésimo quinta

Con imperdonable retraso, tengo la alegría de anunciar al mundo que ya ha llegado la trigésimo quinta de mis sobrinas, la sexta hija, tras cinco chicos, de C., mi octava hermana. Y, sin duda, mi ya no tan recién nacida sobrina va a hacer todavía más luminosa a la familia. Por algo se llama Lucía.

Nació el 3 de enero, justo a tiempo para poder recibir en casa los Reyes, y hubo un par de aciertos en cuanto al día, pero no en cuanto al peso, aunque hay quien sospecha que la matrona estaba sobornada, porque el día que nació pesó Lucía 2850 gr. y al día siguiente ya pesaba 3.200, lo que habría dado algún ganador del jamón. Por supuesto, el jamón no es lo importante, pero también se agradece. Y al final, sí que ha habido jamón para la madre por no sé qué promoción de Navidul que afirmaba que los hijos vienen con un jamón bajo el brazo.

Como en tantas últimas ocasiones, el nacimiento de mi sobrina me pilló fuera, pero esta vez no he tenido que esperar meses para verla, sino solo un par de días. Y cuando fui a visitarla encontre a Amor en casa. Sí, Amor con mayúsculas, que es como se llama la vecina de mi hermana, pero no me cabe duda de que también me habría encontrado Amor si la vecina no hubiese venido. Y lo puede atestiguar Lucía, que ya ha sido víctima de algunos cariñosos achuchones de sus hermanos… Muy cariñosos, pero muy brutos ellos.

Lo que no tiene mucha explicación es lo de retrasar esta entrada en el blog hasta hoy. Me gustaría excusarme en que estoy muy liado con la tesis, pero eso no me lo creo ni yo. Así que al final, como el tiempo se me ha echado encima y ni siquiera fui capaz de escribir algo el día que tuve la suerte de bautizarla, he aprovechado también que hoy es el cumpleaños de C. (ya más cerca de los 30 que de los 20), para escribir esta entrada como regalo de cumpleaños. Pero A., el mayor de los ocho, le envió anoche un vídeo con unas cuantas fotos y canción con letra ad hoc, que deja cualquier otro regalo a la altura del betún.

Y aquí van las fotos de Lucía, recién nacida y el día que cumplió ocho semanas. Mucho ánimo, peque, porque todavía no sabes muy bien dónde te has metido:

lucía recién nacida 1Lucía 8 semanas

¡Feliz Noche!

Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.

Así de sencillo. Y así de sublime. Nos gustaría saber mucho más del cómo y el cuándo. Pero nos basta con saber, como me está soplando mi sobrino David (no me ha dejado poner D.), que nació el Niño Jesús.

Y eso es lo que da sentido a que poco a poco la casa se vaya llenando de voces, villancicos y alegría. Siempre con cierto retraso sobre el horario previsto. Habíamos quedado a las ocho y todavía faltan cuatro familias (es decir, que solo faltan 30 de los 45 que nos juntamos esta noche). De lo único que puedo tener esta vez cierta certeza es de que no llegaré tarde a la misa del gallo… Porque soy yo el que la celebro y no creo que yo mismo empiece sin mí.

Entre tanto a disfrutar la Navidad, a aprovechar para volver a escribir en este sitio que tiene más telarañas que la cueva de Belén y a desear a cuantos se pasan por aquí intencionadamente o por casualidad… ¡¡¡FELIZ NOCHE!!!

Y de regalo, un microcuento navideño:

Al acabar de escribir esto ya solo faltan 23 por llegar.

Y la barba, ¿qué?

El otro día unos amigos, a los que no veía desde hace tres años, mientras volvían de Tarragona a Alcalá de Henares se pasaron por Torreciudad para saludarme. Y de las primeras cosas que me dijo J. fue: «Y la barba, ¿qué?». No ha sido el primero y seguro que no será el último.

Y quizá alguien esperaría un tema un poco más profundo a pocos días de la ordenación, pero como M. me confesó que «tenemos en la familia una pregunta de suma importancia: ¿Volverá la barba»; como D. afirmaba que le llamaba más la atención la falta de barba que la sotana; y como le prometí a A. que escribiría sobre ello («yo no creo que debas quitarte tu mayor seña de identidad», afirmaba muy categórico), aquí va esta entrada para tratar de dar una explicación, aun a riesgo de aumentar el desconcierto.

Yo soy el primero que cada vez que me veo en un espejo, me digo: «Y la barba, ¿qué?». Y todavía me cuesta reconocerme al ver mi reflejo en los escaparates: «¿Quién será ese tipo tan extraño que me sigue?». De hecho, creo que me sigo soñando con barba, porque esa era una de las conclusiones más firmes a las que llegué en mi vida hace unos dieciséis años: yo soy con barba.

Y eran dos los motivos fundamentales para el mantenimiento de la susodicha: la comodidad y la estética. La comodidad porque es fantástico ahorrarse cuatro minutos de afeitado cada mañana, que a primera vista no parecen muchos, pero que suponen casi media hora a la semana y, por tanto, dos horas al mes… Es decir, 24 horas al año, un día entero, que uno puede disfrutar haciendo otras cosas (dormir, por ejemplo). Y por estética, porque en mi familia siempre me han dicho que todo lo que me tapa me favorece… Además, ¡Jesucristo llevaba barba!

¿Y entonces?

Pues entonces se fueron juntando varios factores: la comodidad y la estética no han de ser dos de los principales motores de actuación de un sacerdote; a eso se le sumó que hace un año empezó a aparecer una calva en la barba o alopecia areata, si nos ponemos técnicos (algunos aseguran que del estrés, yo creo que debe de ser por alguna otra razón, pero doctores tiene la Iglesia…); y a todo esto se juntó la razón que me dio un sacerdote mayor y que fue la definitiva: al sumir el sanguis (el vino consagrado en la misa) es fácil que se queden algunas gotas en el bigote… Y el bigote no es precisamente el sitio más limpio del mundo.

Así que un buen día me armé de valor y cuchilla y tomé una de las decisiones más drásticas de mi vida. Pero es que, si nos ponemos, nos ponemos.

Punto de vista y otros microcuentos

Hace unos días se clausuró el Primer Festival Iberoamericano de Microficción, celebrado durante varias semanas de 2016. Y la clausura consistió en otorgar los Premios Líneas:

  • PREMIO IBEROAMERICANO EXTRAORDINARIO DE MICROFICCIÓN “LÍNEAS” / POR VIDA Y OBRA // FESTIMIFICC / EDICIONES COMOARTES.
  • PREMIO IBEROAMERICANO “LÍNEAS” A UN PRIMER LIBRO INÉDITO DE MICROFICCIÓN NARRATIVA // FESTIMIFICC / EDICIONES COMOARTES.

El primero ha sido otorgado a Armando José Sequera (Venezuela), a quien no tengo el gusto de conocer personalmente.

Y resulta que el otro de los premios ha sido para Eduardo Ares, al que no me queda más remedio que conocer personalmente.

El premio ha consistido en la edición digital del libro Punto de vista y otros microcuentos que recoge mis cincuenta mejores microcuentos y que se ha enviado a más de 23.000 direcciones de todo el mundo.

Punto de vista - portada

El premio por unos cuentos tan pequeños es un regalo inmenso que sé que debo, en gran parte, a la amistad que tengo con Francisco Garzón desde hace tantos años. Además de enseñarme a contar cuentos me ha enseñado tantas cosas esenciales sobre la vida. No sé cómo agradecerle el esfuerzo que ha puesto para sacar este proyecto adelante, después de haber sufrido una seria enfermedad de la que todavía se recupera y de la que espero que se restablezca pronto totalmente.

Los buenos regalos hay que compartirlos. Así que, por si no tenías lecturas para este verano, te puedes descargar el libro desde aquí. Muchos de los cuentos han aparecido ya en mis tuits, pero otros nunca habían salido de mi ordenador. Lo que les suelo decir a los amigos a quienes se los doy a leer es que, si después de leer uno de los cuentos piensan que aquello es una tontería o una tomadura de pelo, es, sin duda, porque han hecho una lectura superficial y no han sido capaces de extraer el sentido profundo del cuento en cuestión. Mi madre, cuya objetividad en este terreno está fuera de toda duda, dice que son fantásticos.

Un día como hoy, hace diez años

Me ha entrado esta mañana la ligera sospecha de que quizá era hoy el día. Y han ido pasando las horas mientras me decía que tendría que comprobarlo; que si efectivamente hoy era el día habría que celebrarlo de alguna forma.

Y ahora que ha caído la tarde y empieza a caer la noche, al fin me he animado a teclear la dirección y he comprobado que sí, que efectivamente hoy es el día… Y también he comprobado que tampoco sé muy bien cómo celebrarlo, porque no sé si hay con quién. El caso es que un día como hoy, hace exactamente diez años empezaba este blog, en «La Coctelera», una plataforma que acabó por cerrar (y me temo que mi escasa cooperación ha podido tener algo que ver con ello).

Releo aquella entrada y me da hasta un poco de vergüenza de lo mala que es: «Queda menos de un mes para la Oposición de Lengua Castellana y Literatura…». Cuando la escribía estaba ante una tesitura que podría cambiarme la vida. Si aprobaba aquella oposición me convertiría en funcionario público para siempre… Y la aprobé, pero, como la vida es cuento, ese «para siempre» solo ha durado siete años y ahora estoy en otra tesitura que sin duda va a cambiarme la vida y que esta vez sí que espero que sea para siempre. Incluso no he perdido la esperanza de pasarme de vez en cuando por aquí a contarlo. Más que nada para que, cuando pasen otros diez años, pueda perder alguna tarde releyendo y recordando retazos de vida y de cuentos que se han ido quedando en este rincón de la red y llenarme de nostalgia, de recuerdos y de risas. Creo que esta última debe de ser una de las frases que escrito más veces en el blog. Tendría que releerlo, efectivamente. Por lo menos para tratar de no repetirme tanto.

Un día con un diácono

Hoy hace una semana y un día que me ordené de diácono. Y, sin duda, muchas cosas han cambiado en mi vida, pero tantas otras no. Tal y como me temía, el traje no tiene superpoderes y me sigue costando dedicarle a Nono de Panópolis –el tipo sobre el que estoy haciendo la tesis, del que creo que todavía no he hablado aquí– todo el tiempo que se merece.

El cambio lo deben notar sobre todo los demás. Aunque no siempre: el otro día, de camino a la Biblioteca, me encontré con un investigador con el que he hablado tres o cuatro veces después de que nos presentara un amigo común. Me di cuenta de que no había notado los cambios cuando confluyeron nuestros caminos y nuestras miradas y siguió adelante como si tal cosa. Tanto no había notado el cambio que ni siquiera había podido imaginar que fuese yo. Entonces le saludé y le expliqué… Y me reconoció que, si no le llego a decir nada, nunca me habría reconocido.

Tampoco pudo notar ningún cambio, porque nunca me había visto antes, la joven colombiana que me paró el domingo pasado cerca de la Plaza de San Pedro.

–Padre…

Me volví porque supuse que aquello había sonado demasiado cerca y que era yo el destinatario, pero debí poner tal cara de extrañeza o de susto que a continuación me preguntó:

-¿Habla español?

Yo creo que la cara de extrañeza –o de susto– era porque hasta ahora nadie me había llamado «padre». Cuando le aseguré que sí hablaba español, me pidió, con sonrisa de luna de miel, si les podía dar a ella y a su esposo la bendición. Y yo, después de advertirles de que a pesar de las apariencias era un novato en esas lides, les di la bendición, con sonrisa de quien lleva un día con un diácono.