Un año de sacerdote

Esto quería haberlo escrito ayer, que es cuando cumplí mi primer año como cura. Y lo peor es que ni siquiera tengo una buena excusa para no haberlo escrito. Pensé que después sería mejor momento, a pesar de que sé con certeza que «después» no suele ser nunca «mejor momento». De hecho, esta entrada no quería haberla escrito ayer, sino hace ahora justo un año, el día después de ordenarme, pero pensé que después sería mejor momento.

Ayer recibí muchísimas felicitaciones y hoy me ha preguntado M.: «¿Qué? ¿Cómo lo llevas?», y ha llegado el momento de reconocer que no es fácil contestar a esa pregunta, pero sí de apuntar una respuesta. No sé si fue Forbes quien sacó un estudio diciendo que los sacerdotes eran los tipos más contentos con su profesión, aunque tampoco me lo tiene que decir Forbes para saberlo, por lo menos en mi caso. De todas formas, estoy seguro de que hay mucha otra gente de muchas otras profesiones inmensamente feliz. O por lo menos eso espero.

La felicidad de ser sacerdote no viene tanto, como piensa mi sobrina C., de que solo tienes que celebrar una misa por la mañana y luego no hacer ya nada en el resto del día, sino más bien de saberse elegido de forma totalmente inmerecida para ser instrumento de la Providencia para celebrar los sacramentos y hablar a la gente del Evangelio, la historia más hermosa del mundo. Y en este año. además de las cientos de horas de predicación, he tenido la oportunidad de celebrar 377 misas (sí, es un número aproximado: algunos días he celebrado dos, pero tampoco llevo la cuenta exacta de cuántas veces ha ocurrido eso), cuatro bautizos (el de mi sobrina L. incluido), tres bodas y media (en una concelebré de segundo, pero de todas formas los ministros del matrimonio son los cónyuges, no el cura), una unción de enfermos (aquella misma noche, Lucía se fue al cielo, desde donde espero que me cuide) y varios cientos de confesiones. Y he comprobado muy de primera mano que los sacramentos no son solo la fuente de la gracia, sino también de una inmensa alegría.

El año ha estado también entretejido de otras mil pequeñas historias, pero la inmensa mayoría no son para publicar, por pequeñas o por historias, pero… Uy, he estado a punto de escribir: «me hago el firme propósito de venir a contar algo al blog con un poco más de periodicidad», pero luego he pensado que lo de «firme» era excesivo y que lo del propósito a estas alturas ya nadie me lo iba a creer. Así que casi mejor dejo la entrada (un tanto sosa, sí, pero es la falta de práctica) en los puntos suspensivos después del pero…

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