Actualiza, que algo queda

Acabo de llegar a casa, algo tarde, cansado y con prisa, porque vengo de una función de cuentos, tengo que acabar de preparar la sesión de la Escuela de Padres que estoy impartiendo en un instituto de Vallecas, dejar listo el examen de 1º de la ESO y mañana toca madrugar… Pero hoy me he encontrado en distintos momentos a dos personas a las que hace tiempo que no veía (curiosamente L. y L.) y me han echado en cara que a ver si actualizaba el blog, que me había quedado en el 6 de noviembre… Así que he llegado a casa y he dejado para luego la sesión, el examen y la cena y me he puesto a escribir aquí, al principio con cierta sensación de obligación descuidada y después con la alegría de saber que hay quien me echa de menos cuando no escribo y quien sigue el blog aunque nunca comente. Y una vez más renuevo el propósito de venir aquí más a menudo, de no escribir a golpe de Musa, sino de horario… y con el propósito firme de renovar ese propósito cuando me vuelva a descuidar y se me pasen los días tan llenos y tan rápidos que acabe dejando para mañana lo que podía hacer hoy, porque la verdad es que en esta entrada tampoco he tardado tanto (claro, que quizá por eso se ha quedado un poco «corta» en todos los sentidos).

Hace 40 años…

Un día como hoy hace 40 años, es decir, el 5 de noviembre de 1969, comenzó una de esas historias de amor tejida de tan pequeñas cosas que pasa desapercibida a todos cuantos no tienen parte en ella. En realidad la historia no comenzó ese 5 de noviembre, sino bastante antes, pero fue el 5 de noviembre el de los «sí, quiero» y «hasta que la muerte nos separe». Y desde entonces, han ocurrido tantas cosas que da cierto vértigo mirar atrás. Y yo no sé qué se imaginarían aquel chico de Vallecas y aquella muchacha del barrio de Salamanca que iba a ser su matrimonio, pero de lo que estoy seguro es de que la realidad ha sido bastante distinta de todo lo imaginado, que las perdices no las han regalado, sino que ha habido que cazarlas una a una, que de haber sabido las dificultades que acechaban en el camino, lo mismo no se habían animado a lanzarse tan a la aventura.

Pero qué alegría, imagino también, levantarse hoy y seguir diciendo «sí, quiero» y «hasta que la muerte nos separe» y echar la vista atrás, a estos cuarenta añitos de nada y hacer un repaso interminable y acabar con una sonrisa o una carcajada, porque la vida es como una partida de mus y a veces uno tiene que saber jugar con las cartas malas y marcarse algún que otro farol para burlarse del tedio y la rutina, porque hasta el rabo todo es toro y no compensa nadar, nadar y morir en la orilla. Y como jugador de chica, perdedor de mus, han jugado a la grande, y a la grande el amor siempre es fecundo… y divertido, que no hay más que recordar las risas que nos echamos en el puente de octubre cuando nos fuimos todos (los dos padres, los ocho hijos, los dos yernos, las cinco nueras y los 19 nietos) a unas casas rurales en un pueblo perdido para celebrar estos cuarenta y la jubilación y el estar juntos. Y tanto y tanto, que tampoco tiene mucho sentido venir aquí, al blog, a airearlo a los cuatro mares de la red cuando es tan difícil decir algo que sea acertado, cuando es mucho más lo que se queda sin decir y lo que se calla, porque ya se sabe y qué falta hace, a ver, si tú y yo y todos nosotros lo sabemos y quien no lo sepa es imposible que se haga la menor idea con dos párrafos apresurados y algo tiernos y una foto que batió todos los records de foto de familia numerosa al natural. Así que muchísimas felicidades… y muchísimas gracias.