Otro comienzo de curso

Hoy muchos empezarán ya en serio las clases en los institutos de Madrid. Apostaría a que a las 8.10 se han repartido los horarios «provisionales» en más de un sitio y que todavía faltan unos cuantos profesores por asignar al centro… Y ahora, desde esa distancia que se encarga de idealizarlo todo, uno no puede por menos que echar de menos esos momentos caóticos y esa inevitable expectación ante un curso que comienza: ¿Serán buenos los grupos que me han tocado? ¿Tendré libre el viernes a última hora? ¿Me quedarán muchos huecos?… Son algunas de las preguntas inevitables que le vienen a más de un profesor a la cabeza, aunque sepa que esas no son las mejores preguntas y que poner todas las esperanzas del nuevo curso en no tener clase el viernes a última hora es una mala forma de empezarlo.

Qué fácil es pontificar desde la distancia… Y qué nostalgia de ese primer día de clase, qué vacío en mi cabeza al no tener ninguna lista de alumnos que aprenderme de memoria y qué de recuerdos agolpados y entremezclados de diecisiete años con sus correspondientes primeros días de clase.

Pero, de momento, sigo en Pamplona un curso más y eso se nota, por ejemplo, en que cuando vuelvo de la biblioteca a casa ya suelo ir saludando a gente conocida (a algunos también que no conozco, pero que, por un instante, me resultaron familiares, y entonces continúo la marcha haciendo gestos con la cabeza, como si tuviese un tic nervioso). Es muy probable que sea mi último curso aquí y yo también empiezo con el deseo de aprovecharlo al máximo y de dedicar todas las horas posibles a estudiar al bueno de Nono de Panópolis, sobre quien estoy haciendo la tesis. Pero de eso ya hablaré en otra ocasión, que solo venía aquí para desear un buen comienzo de curso a antiguos compañeros (y a antiguos alumnos)… Y llenarme de la repetitiva nostalgia de comenzar un nuevo año fuera de las aulas, sin alumnos a los que «amedrentar» y sorprender.

El trigésimo tercero

Sí, lo sé, hace tiempo que esperabas una entrada como esta, pero es que el trigésimo tercero de mis sobrinos se ha hecho esperar. Pero, por fin, el pasado cuatro de septiembre nació Álvaro, el noveno de L, la cuarta de mis hermanos. Y sí, yo también creo que, afortunadamente, mi hermana está loca.

La verdad es que Álvaro no se ha hecho esperar tanto, pero mi hermana estaba ya tan acostumbrada a que sus hijos decidiesen nacer unas cuantas semanas antes de lo previsto que la doctora le había dicho que, sin lugar a dudas, este también se adelantaría. Y como no era cuestión de perderse el veraneo familiar en Galicia (este agosto, aunque no hemos llegado a coincidir todos a la vez, hemos estado todos en Nebra, cerca de la Ría de Arousa, aunque no hemos llegado a coincidir todos a la vez) sus padres se habían llevado todo el material necesario por si Álvaro decidía ser gallego y «Alvariño». Pero se ve que al final ha preferido ser madrileño…

Eso sí, después de haberse hecho esperar más de un par de semanas (en la porra había quien puso el 12 de agosto) y de haber despreciado la luna llena, le dio por nacer el mismo día en que yo había «liado» a mis padres para que atendiesen a la madre y el hermano de mi amigo S. (a quienes, por supuesto, no conocían), que llegaban desde Brasil el día 3 y que tomaban un tren al día siguiente para ir hasta Monzón, donde les recogerían otros amigos de mi amigo (que, por supuesto, no les conocían) y acercarlos a Torreciudad para que pudiesen asistir a la ordenación sacerdotal de S.

Para que no faltase nada de emoción, la misma mañana en que se puso mi hermana de parto, mi padre había acompañado a mi otra hermana para que llevase al quinto de sus hijos (afortunadamente, otra loca) a una revisión, antes de pasarse a recoger a los «brasileiros» y llevarlos a la estación de tren… No sé dónde estuvo el fallo de comunicación y a estas alturas ya es inútil romperse mucho la cabeza con el asunto (o sea, que probablemente fui yo la fuente del susodicho fallo de comunicación), pero el caso es que resultó que, en contra de lo previsto, la estación de partida no era Atocha, sino Chamartín, y la madre y el hermano de S. perdieron el tren. Como había más gente que iba hacia Torreciudad ese mismo día, después de varias gestiones infructuosas di con V., otro amigo, que iba hasta Huesca y que estuvo encantado de llevar hasta allí a los «brasileiros» (a quienes, por supuesto, tampoco conocía). La historia es mucho más larga, pero tampoco se trata de quitarle el protagonismo a Álvaro. Además, después de tanta peripecia, todo acabó bien y el domingo conocí a la madre y el hermano de S. después de la ordenación. Como me decía el hermano, con quien me entendí en un más que aceptable «portuñol», estoy rodeado de gente fantástica y maravillosa. No le falta razón. Y, a partir de ahora, se nos ha unido uno más a la fiesta. Aquí dejo su foto, con la que yo también me tendré que conformar hasta que pueda conocerle en persona:

Álvaro T

Por cierto, mi padre ha comprobado en sus propias carnes lo riguroso que es con los +/- 15 gramos del peso y, a pesar de haber acertado el día, se ha quedado sin el jamón…