Inercia facial

-Tú tienes muy poca inercia facial.

Me lo ha dicho así, sin pensarlo, como quien te dice que tienes cara de sueño. Creo que la sorpresa que se ha dibujado entonces en mi cara al escuchar esa expresión ha tardado más en desaparecer. Y es que P había hecho un comentario ingenioso que me había provocado una sonrisa que ha debido desaparecer de mi rostro demasiado pronto para su gusto.

Y me ha gustado el concepto de «inercia facial», es decir, el tiempo que tarda tu cara en cambiar de expresión una vez que desaparece el estímulo que la produjo. Es lo que ocurre cuando dos amigos se despiden con una sonrisa y echan a andar cada uno en una dirección distinta: ¿cuánto tiempo les dura la sonrisa? Habitualmente tres o cuatro pasos, quizá porque uno empieza a pensar inmediatamente en lo siguiente que tiene que hacer, quizá porque mantener la sonrisa en la cara exige el esfuerzo de varios músculos, quizá porque tenemos un raro pudor a que los demás nos vean sonriendo solos por la calle.

Sin embargo, el dolor y la preocupación tienen una inercia facial más fuerte y tardan bastante más en borrarse de la cara, tal vez porque el estímulo que los produce se queda clavado dentro. Así que agradezco de veras a P que me eche en cara (y nunca mejor dicho) mi poca inercia facial y procuraré entrenarme a partir de hoy para sonreír durante más tiempo, incluso cuando vaya solo por la calle.

La mano de la hormiga

Descubrí los microrrelatos cuando estaba en 2º de BUP (4º de ESO si eres demasiado joven para situarte) gracias a A. T., mi profesor de Literatura (sí, por aquel entonces la Literatura tenía una asignatura para ella solita) que me dejó un libro titulado La mano de la hormiga, una recopilación de cuentos brevérrimos de menos de una página, hecha por Antonio Fernández Ferrer. Los había mejores y peores, claro está, incluso alguno probablemente sobraba, pero el conjunto era fascinante y sobrecogedor.

Pasó el tiempo, acabé convirtiéndome en profesor, empecé a dar Literatura (sí, yo llegué a dar clases de BUP y COU) y traté de transmitir a mis alumnos la pasión por los libros y por los microrrelatos, pero en vano busqué La mano de la hormiga: el libro había prácticamente desaparecido y no encontré ninguna biblioteca que lo tuviera. Cuando llegó Internet (sí, yo di clases antes de que existiese Internet) lo busqué alguna vez, pero con un resultado decepcionante. También volví locos varios años a los Magos, hasta que me di por vencido, aunque para consolarme fui descubriendo un montón de antologías de microrrelatos por Internet y también en papel. Una de las que más he utilizado en clase es la de Dos veces cuento, de Joseluís González: con cierta frecuencia al comienzo o al final de la clase leía algún microrrelato o los aprovechaba para hacer menos tediosos los dictados…

Pero ayer recibí un correo electrónico de J, antiguo alumno (sí, él también ha pasado ya de los treinta), al que, por lo visto, también logré inocularle el virus («ya sabes que cambié mi rumbo profesional al mundo de la informática, pero aquella semilla que me dejaste, me ha permitido seguir devorando libros y procurar darle un toque más humano al mundo de la tecnología»):

Hola Eduardo,

Tengo desde hace mucho esta dirección tuya y realmente no sé si sigue activa y si esto llegará a alguna parte, pero yo lo intento, si me viene devuelto probaré por otros medios…

Hace unos años intenté encontrar un ejemplar de La mano de la hormiga, aquella antología de microrrelatos que me enseñaste hace tantos años en Los Olmos. Buceé y busqué y no conseguí nada.

Y después me cuenta cómo tras unas cuantas peripecias consiguió encontrar el libro, descatalogado desde hace más de diez años, lo ha editado para la página www.epublibre.org y me manda el enlace para poder «descargártelo y compartirlo» y eso es lo que hago. Espero que lo disfrutes.