Lo siento. Siento todas las veces que te has acercado hasta aquí y has visto, quizá con cierta decepción, que después de dos semanas todavía no había escrito una nueva entrada. Y lo siento más aún si, tras tanto desengaño, has pensado que había abandonado el blog y has decidido no volver: te echaré de menos, aunque tú nunca sepas que te echo de menos y yo nunca sepa que ya no vuelves.
No es que estuviese empeñado en que cuantos se pasan por aquí apoyasen la plataforma por la mejora de la educación pública, ni ha sido el problema la falta de asuntos sobre los que escribir (de hecho tenía hasta una pequeña lista: los 50 años de Tajamar, «la vida es una mierda», ¿formación o información?, En las nubes…). Creo que la verdadera razón es una vez más la estúpida idea de querer esperar el mejor momento para ponerme a escribir, consciente de que ese mejor momento siempre es «éste» y no «después», aunque le falten otras condiciones de ideonidad. Así que aprovecho que estoy «vigilando» un examen para actualizarme un poco… Ah, los exámenes, los … exámenes. Los alumnos se quejan de que pongo muchos exámenes y de que son muy largos. Y yo también. Si hiciese menos exámenes y los hiciese más cortos (un par de preguntas tipo «subraya patata en el texto»), todos seríamos más felices. Sin embargo, a pesar de lo lógico del razonamiento, no sé qué me lleva a comportarme como un paranoico al que parece que le encanta corregir.
Sí, quizá la culpa de lo poco que he escrito últimamente la tengan los exámenes; o el que sea final de trimestre, con lo que eso tiene de alud arrollador; o el que haya tenido que montar un corto para el auténtico festival de los oscars; o el que esté preparando el viaje a Roma de la semana que viene con 58 alumnos; o el que tenga actuación este fin de semana en el Centro Cultural de la Villa; o el que utilice cualquier excusa para justificar mi desidia y empeñarme en perderte como visitante habitual que disfrutaba de cuando en cuando leyendo estos desvaríos. Lo siento.