Tacirupeca Jarro

Las versiones del cuento de Caperucita Roja son innumerables. Desde la versión original que publiqué ayer, a la versión «políticamente correcta» de James Finn Garner que se puede leer aquí, pasando por muchas otras… El blog donde he encontrado la de Finn Garner incluye otra buena ración de Caperucitas, aunque le falta, claro, la versión original, la Caperucita en latín: Lupus Ferocissimus y Caperucita Rubra. Y le falta también, creo, Tacirupeca Jarro.

Esta vez sí que fui yo quien fue en busca de la auténtica historia de Caperucita, que era justo justo al revés: es decir, con las sílabas de cada palabra en orden inverso. Había oído hablar alguna vez de su existencia y navegué por Internet en su busca. Encontré algunas versiones que no me acabaron de convencer y terminé por construir la mía, tomando cosas prestadas de aquí y allá y añadiendo otras de propia cosecha. El cuento fue tomando forma en el primer trimestre de 2006, mientras preparaba las oposiciones y recuerdo, por ejemplo, que un día mientras volvía a casa desde la Biblioteca, dando la vuelta a cuanta palabra se me ocurría, descubrí que «conozco» es una palabra capicúa.

Aquí dejo también mi versión de Tacirupeca Jarro para quien la quiera contar y compartir:

Serae nau vez nau ñani, nau ñani ñaquepe que se bamalla Tacirupeca, Tacirupeca Jarro. Un adi le jodi su drema:

-Tacirupeca, ve a la saca de la talibuea y valle la taces, que la talibuea taes muy talima, muy talima… Masílima.

-Leva –jodi Tacirupeca y moto la taces y se fue por el quebos dotancan: «Tarilaralatra, tarilaralatra…».

Docuan de tepenre novi un bolo. Un bolo rozfe. Un bolo que jodi:

-¿Dedon vas, Tacirupeca Jarro?

-¡ÑOCO, EL BOLO! Un bolo que blaha -jodi Tacirupeca-. Voy a la saca de mi talibuea que taes muy talima, muy talima… ¡Masílima! Y le volle la taces con soque y un copo de zoricho y monja y temato… Y naszaman y sasfre y wiski… y kywhis…

-Ah Tacirupeca -jodi el bolo-, yo conozco (co-noz-co, co-noz-co… ¡Yava, nau bralapa acupica!). Yo conozco un nomica más torco: ve por llia.

-Chasmu ciasgra, bolo. Tahas golue.

Y Tacirupeca se fue por el nomica más golar… La muy taton, tan tatencon, dotancan: «Tarilaralatra, tarilaralatra…».

Trasmien totan, el bolo fue a la saca de la talibuea y se la mioco de un docabo. Puesde, se sopu el sonmica de la talibuea y se tiome en la maca.

Y el potiem, sopa y sopa.

Por fin golle Tacirupeca que jodi:

-¿Moco vas, Talibuea? ¿Te jode… Te jode la taces en la same?

-Sí, sí -jodi el bolo-, rope sapa, sapa. Tú sapa…

-Talibuea, talibuea, ¡qué joso más desgran nestie!

-Son rapa tever jorme.

-Rope, talibuea, talibuea, ¡qué jasreo más desgran nestie!

-Son rapa techarcues jorme.

-Rope, talibuea, talibuea, ¡qué tesdien más desgran nestie!

-Son rapa temerco jorme… ¡Que te moco! ¡QUE TE MOCO!

Y Tacirupeca togri, togri, toGRIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII. De tepenre, novi un dorzaca, un dorzaca a la saca, un dorzaca a la saca de la talibuea. Vio al bolo y a Tacirupeca y jodi:

-Rope, rope, rope, ¿se depue bersa qué sapa? Que no me jaisde mirdor la tasies.

-Pufff, qué gochun, qué gochun –jodi el bolo-. Yo jorme me voy. Mato a tu talibuea, Tacirupeca, y a marto por locu.

Y el bolo se fue a marto por locu… Y rinloco doraloco el tocuen se ha ter-mi-na-do.

Lupus Ferocissimus y Caperucita Rubra

Como los cuentos son mucho más importantes que quien los cuenta y como me gustaría que algunos no se dejasen de contar, regalo aquí para quien la quiera la versión original de Caperucita Roja, sin subtítulos, con la que he disfrutado tantos buenos momentos.

Es un cuento al que tengo un cariño especial porque me encontró él a mí más que yo a él. De hecho, me encontró cuando yo ni siquiera había oído hablar del mundo de los cuentos orales y, por tanto, ni se me había pasado por la cabeza que algún día podía contar cuentos sobre un escenario.

Fue un fin de semana, probablemente el puente de mayo, del 93 o el 94. Iba a pasar con unos amigos unos días en Valencia y paramos a comer en Segóbriga, donde se encuentran las ruinas de una antigua ciudad romana bastante bien conservadas y que, en aquel entonces, eran de libre acceso. Entre las ruinas, de lo mejor conservado es el teatro, al que han puesto un escenario de madera y donde se celebra todos los años el Festival de Teatro Clásico.

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Sin poderlo evitar, subí al escenario a contemplar desde allí el graderío y entonces, no sé por qué, a E. se le ocurrió una feliz idea:

–¡Cuéntanos un cuento!

Y entonces empecé a contar el cuento de Caperucita, que es el cuento que primero se le ocurre a uno cuando oye la palabra cuento. Pero, como requería la situación, empecé a contarlo en latín. Con el tiempo he llegado a la conclusión de que, en el fondo, los cuentos permanecen allí donde se han contado hasta que encuentran a alguien que quiera contarlo de nuevo. Y he llegado al convencimiento, de que allí, en Segóbriga, hace unos cuantos siglos, en aquel teatro se contó el cuento del Lupus Ferocissimus y Caperucita Rubra ([Kaperukita] en pronunciación clásica) en un latín que ya empezaba a ser otra cosa. Y por eso tal vez la versión que reproduzco a continuación pueda escandalizar, tanto por la gramática como por el contenido, a algún purista. Pero me he limitado a respetar fielmente la primera versión, sin cambiar una coma y sin traducirla, para que no ocurra lo que ocurre en tantas novelas policíacas, en las que el asesino es el traductor.

Lo que no ha habido forma de mantener es todo lo demás: ademanes, entonación, voz… Te toca a ti ponerlo.

No obstante, para que nadie se pierda doy un pequeño glosario de los vocablos clave: domus, significa “casa”, lignator es “leñador”, Lupus Ferocissimus: Lobo Feroz y Caperucita Rubra… CAPERUCITA ROJA:

In illo tempore, vivebat puella una cum matre eius in domo apud silva. Puella ista habebat caperuzam rubram et apellata erat “Caperucita Rubra”. Uno die, dixit mater eius:

–Caperucita, Caperucita…

–Quid vis a me, matercula mea amantissima? –respondit Caperucita.

–Ego volo te portare –dixit mater– hanc cestitam cum chorizito et tarta frambuesae et whisky et cetera… ad abuelitam tuam, quae infirmissima est et vivit al otro lado del bosque.

–Bene est –dixit Caperucita contentissima–. Ego portabo hanc cestitam cum chorizito et tarta frambuesae et whisky et bomboncitibus et…

–SATIS, Caperucita –dixit mater aliquantulum torrata cum perorata puellae–. Cave lupum ferocissimum qui in silva deambulat et vult devorare puellas indefensas.

–Noli curare, matercula mea –respondit Caperucita–. Ego non timeo lupum ferocissimum –et tollens cestitam et caperuzam rubram vadit ad domum abuelitae suae canans et psallans: “Caperucita rubra sum, domum abuelitae eo! Caperucita rubra sum, domum abuelitae eo!».

In eodem tempore, in silva, Lupus Ferocissimus apropinquabat canans: “Lupus Ferocissimus sum, morderem oculum tuum!”. Et repente:

–Quid audio? –dixit–. Caperucita sabrosissimam. Meriendam habemus… Lupe, carpe diem!!

Et cum magno salto se plantavit ante Caperucitam Rubram quae dedit gritum non minimum.

–Ave, Caperucita –salutavit Lupus Ferocissimus.

–Ave, Lupe Ferocissime, quam sustum mihi dedisti!

–Sentio multum. Caperucita, Caperucita, it is the questionem… Quoooo vadis?

–Ah, bene est –respondit Caperucita–. Maximum gaudium est mihi te respondere: ego vado ad domum abuelitae meae, quae infirmissima est et vivit in altera parte silvae et porto ei hanc cestitam tam repletam cum chorizito, et vino, et morcillitis burgalensibus et…

–SATIS, Caperucita –dixit Lupus, aliquantulum torratus cum perorata–. Puta Caperucita!

(En este punto, ante posibles mal interpretaciones, nos vemos obligados a hacer una breve aclaración. En latín existe el verbo puto, putas, putare, putavi, putatum, que significa “pensar” y que aquí el lobo emplea en su forma imperativa. Es decir, “piensa, Caperucita”. Una vez aclarado este extremo sigamos tranquilamente con la interesante conversación entre Caperucita y el Lobo).

–¡Puta Caperucita! ¡Puta et reputa! –dixit Lupus Ferocissimus cum secunda intentione–. Ego cognosco viam breviorem… Id est, atajum.

–Atajum? – preguntavit Caperucita–. Qualis est iste atajus?

–Bene est –continuavit Lupus–. Da millia pasuum recte, deinde quinque millia dextera, deinde centum sinistera, quattuor millia recte, et ibi erit domus abuelitae tuae.

–O, Lupe Ferocissime, thankium –et Caperucita vadit per “atajum” contentissima, canans et psallans: “Caperucita Rubra sum, domus abuelita eo!”.

Interea, Lupus Ferocissimus ridebat et ridebat cum magnis carcajadis et dicebat:

–Oh, oh, oh, infinitus est numerus stultorum… Via quam Caperucitae monstravit longioooorem est. Ego cognosco veram viam breviorem.

Hoc dicto, salivit corriendo sicut anima quae llevatur a diabolo et primus llegavit ante portam domi abuelitae. Et pulsavit: tocum, tocum.

–Quiiiiiiiiiiiis eeeeeeeeeeest? –dixit abuelita infirmissima atque oxidadissima cum voce acuta sicut cuchillum arrastratum in plato porcelanae.

–Caperucita sum –respondit Lupus Ferocissimus, vocem femeninam simulans.

–Intra, intra. Pooorta apeeeerta eeeeest –invitavit abuelita et haec fuerunt ultima verba sua, quia lupus ferocissimus intravit et abuelitam devoravit…

–Aliquantulum siccam –dixit Lupus in dentibus hurgandis.

Cum haec occurrebant, Caperucitam ibat canans et psallans: «Caperucita Rubra sum…» et cetera. Et se entretenebat cum floris itineris:

–Unam florem –dicebat cum voce suavissima–, alteram florem… COÑUM, UNUM CARDUM!!!!

Post unas quantas horas, llegavit Caperucita agotata et cum magno dolore in digito suo ante portam abuelitae et recuperavit sonrisam. «Tocum, tocum», portam pulsavit. Repente, Lupus Ferocissimus, apuradissimus pensavit (aut melius dictum, putavit): «Quid facio? Caperucita Rubra hic est… Scio, in lecto me meto sicut si abuelita fuissem». Et in lecto se metivit cum camisone abuelitae atque dixit:

–Quiiiis eeeest?

–Abuelita, ego sum, Caperucita Rubra, nieta tua quam tantum amas, et porto cestitam unam cum chorizito et vino et tarta frambuesae et aqua minerali et…

–SATIS, Caperucita –cortavit Lupus.

–Sed, abuelita, abuelita… Quam oculos magnos habes! –dixit puella cum vidit suam abuelitam.

–Bene est, filia mea, sunt… ad te videndum melius.

–Sed, abuelita, abuelita, quam auriculas magnas habes!!!!

–Sunt… ad te audiendum melius…

–Sed, abuelita, abuelita, –continuavit Caperucita escamata tantum– Quas fauces maximas habes!!!!!

–Sunt ad te devorandum melius, Caperucita, quia abuelita non sum, sed Lupus Ferocissimus –et saltavit ad devorandum pauperem puellam.

–Aaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhggggggggggggggggggg –exclamavit Caperucita.

–AAAAAAAHHHHHHHRRRRRRRRRGGGGGGGGGGG– exclamavit Lupus relamiendo bigotes suos…

Sed, in eodem tempore, unus quidam deambulabat per silva et silbabat cancioncillam: «laralaram, laralam, laralaram, lararam, lam, lam»… Homo audax, homo fortis, homo habilis, homo… sapiens sapiens: lignator.

Lignator, audito chillido stentoreo Caperucitae, intravit cum falce (aut hacha) sua in domum abuelitae et vidit Caperucitam gritantem:

–Aaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhggggggggggggggggggg.

Et simul Lupum Ferocissimum:

–AAAAAAAHHHHHHHRRRRRRRRRGGGGGGGGGGG.

Et dixit lignator:

–AJÁ

Lupus Ferocissimus posuit caram non rompere platum in tota vita sua et incepit dicere:

–Ave, lignator, ego hic sum, sed nihil mali facio. Stabat cum amicissima mea, Caperucita, potando cervisiam frigidam.

–Excusatio non petita, acusatio manifesta –dixit lignator cum dignitate et sapientia.

–Noli credere, lignator –exclamavit Caperucita–, Lupus Ferocissimus animal terribilissimus est et me volebat devorare et antea devoravit abuelitam meam quae infirmissima erat et ego portabam ei hanc cestitam cum chorizito, et aliquibus licoris et…

–SATIS!!! –dixit lignator, torratus cum perorata.

–Non satis –continuavit Caperucita emperrata–. Lupus Ferocissimus animal ferox et insanis et ego portabam hanc cestitam cum…

–SATIS!!!!!!!!!!!!!!!! –dixerunt lignator et Lupus.

–Non satis –prosequebat Caperucita dale que dale–, quia puella indefensa sum et Lupus Ferocissimus me timavit in silva et devoravit abuelitam meam…

–SSSSSAAAAAAAAAATTTTTTTTTTTTTIIIIIIIIIIIIISSSSSSSSSSSSSSS –dixit lignator–. Quousque tandem abutere, Caperucita, patientia nostra?

–Non satis quia…

Tunc, lignator, non posuit resistere et cum falce sua afiladissima…. CATACLUM… et Caperucita… Caperucita finita est. Et in finem, ambo duo, lignator et Lupus Ferocissimus, Caperucitam devoraverunt!!!

Et colorinem coloratum, hoc contum acabatum.

 

 

¿Colorín colorado?

Me encanta contar cuentos, porque los cuentos son vida y la vida es cuento. A finales de diciembre, el día 29 en concreto, organicé una función de cuentos para amigos y conocidos. Ha sido una de las contadas más maravillosas de mi vida.

En realidad, fue mi madre quien me insistió en que podía aprovechar mis días en Madrid para hacer un espectáculo. Yo tenía ciertos reparos, porque las fiestas navideñas suelen estar ya llenas de demasiados eventos, porque no era fácil conseguir un sitio, porque apenas había tiempo para anunciarlo… Sin embargo, al final me animé a intentarlo porque me moría de ganas por contar una vez más.

Conseguí que me dejaran el Salón de Actos de Tajamar, el colegio donde estudié y donde tanto aprendí, no solo en el aspecto académico. Lo de «conseguí que me dejaran» suena a arduas negociaciones, pero no es verdad: bastó un correo electrónico para que me dieran todas las facilidades y me abrieran todas las puertas.

Así que, una vez decidido el día y la hora, empecé a informar por Whatsapp a amigos y familiares:

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Y por Twitter al resto del planeta:

El problema era que el Salón de Actos de Tajamar es bastante grande. La zona en la que planeaba hacer la función, «el Cine», cuenta con 180 butacas dispuestas en gradas, lo que se me antojaba un espacio demasiado inabarcable. Otro problema era la iluminación, que no está pensada para eventos así, pero media hora antes de que comenzase la función apareció P., que el día anterior me había asegurado que iba a tener muy difícil venir (es decir, la forma elegante de decirte «me encantaría, pero no me es posible») con un par de potentes focos portátiles.

Creo que todo el que se sube a un escenario lo hace dispuesto a hacerlo lo mejor posible independientemente del público que asista a la función. Pero siempre, en los minutos previos a que comience el espectáculo, trata de escuchar el rumor de la sala y busca algún resquicio para echar un ojo y averiguar hasta dónde se va llenando mientras intenta reconocer a algún amigo entre los que entran. Yo me metí en la cabina de proyección y a través de una pequeña ventana fui viendo a la gente que llegaba y comprendí que tendría que ahorrarme la conversación que había preparado para animar a la gente a que se sentase en las primeras filas y se olvidase del vacío circundante.

El aplauso que estalló cuando salí a escena fue otra conmoción. Y aproveché que era largo para ir mirando y descubriendo a las cerca de 150 personas que estaban allí y para ir desatando el nudo del estómago, el de la garganta y el del corazón. Y para disponerme a contar como si esa fuese a ser la última vez.

Empecé por fin a contar cuentos y por allí vinieron a acompañarme el Amor y la Locura, Tacirupeca Jarro, el hombre que daba vueltas para no marearse, aquel otro que llamaba a Teresa (que volvió a no aparecer), el lapón de la escalera de la cúpula, Blancaniev.es… Y por supuesto, Caperucita Rubra y el Lupus Ferocissimus. Pero cuando acabaron los cuentos empezó otro espectáculo no menos intenso, lleno de abrazos, saludos y sorpresas: mis padres, mis tíos, unos cuantos hermanos y sobrinos, algún primo, viejos amigos de infancia y adolescencia, antiguos alumnos de todos los sitios donde he dado clase, gente con la que he compartido campamentos, horas de estudio y aventuras en distintas asociaciones juveniles… Y otros a los que alguien les había animado a transformar una tarde del montón en una tarde de cuento.

A la salida, unos cuantos, escamados por lo de «para ir poniendo colorín colorado a tanto cuento», me preguntaban si realmente pensaba dejar de contar cuentos cuando me ordenase y yo les tranquilizaba diciendo que, en el fondo, había sido un ardid publicitario. Pero me temo que no lo es, aunque todavía no lo tenga del todo claro.
Me encanta contar cuentos, ya lo he dicho. También me encanta dar clase. Y tantas otras cosas. Pero mi situación vital va a cambiar sustancialmente en un par de semanas. Y si nos ponemos, nos ponemos. No me veo, aunque lo de ir de negro lo tenga más fácil, contando cuentos encima de un escenario, porque me parece que un cura no pinta mucho en esas lides. Como tampoco tendría mucho sentido que me dedicase a dar clases de análisis sintáctico (nunca olvides que «analizar es fácil y divertido) o a enseñar la historia de la literatura española…

F., quien me enseñó a contar cuentos y a tratar de ser mejor persona, no se acaba de resignar con la idea de que yo deje de contar y me asegura que tendrá paciencia. Y me recuerda que Jesús también contaba historias, un argumento que me resulta, desde luego, bastante irrefutable. De hecho, no creo que pueda dejar de contar. Pero serán otras historias. Y en otros sitios.