A LOS CUARENTA Y CINCO

Casi seguro que esta entrada es repetición casi exacta de otras cuantas escritas estos últimos años en un día como hoy, cinco de noviembre. Pero, la repetición es solo aparente: aunque las idesa sean repetidas, el cariño es siempre nuevo. Uno tiene la sensación de que pasan los años y las entradas con regular cadencia, con una sinfonía ya escuchada y escrita mil veces… Pero es una sinfonía que me encanta, hecha de algún que otro acorde desafinado y de notas cotidianas, de madrugadas imposibles tras noches en vela, de llantos y biberones, del montón de los juguetes en medio de la habitación para poner algún límite al desorden, de bocadillos de mantequilla con azúcar, de fiesta por todo lo alto con los yogures y las rosquillas de la abuela, de sorpresas imposibles el día de Reyes, de horas de fútbol, bote-botero, águilas y conejos y policias y casos «ahí-atrás», de bollos de Paco para celebrar cumpleaños, de excursiones a cinco minutos de casa al parque Zeta, de partidos de chapas y suelos rayados, de leche concentrada cortada de vez en cuando, de cromos escurridizos y colecciones inacabadas, de golpes, tumores, puntos de sutura y enfermedades varias, de carreras y doctorados, de montañas de plancha, de películas en super-ocho, de veranos de prestado, de coches demasiado pequeños para tantos, de traidoras literas plegables y scaléxtric forzado, de buenas notas y algún que otro suspenso, de helados para celebrarlo… Y, de repente, cuando parecía que todo se iba calmando, llegan bodas, nueras, cuñados, nacimientos, bautizos y nietos que van multiplicando alegrías y dividiendo penas… Hoy, hace cuarenta y cinco años, mis padres se dijeron el «sí, quiero», y se han ido a dar un paseo y ver una exposición de Sorolla para celebrarlo. Seguro que han echado la vista atrás y han pensado que la vida está siendo un cuento mucho mejor del que soñaron en 1969. Y es toda una suerte formar parte de ese cuento… aunque a uno le haya tocado el papel de oveja negra.