Muchas gracias

Dios mío, he estado a punto de conseguirlo: casi un mes sin escribir una sola línea en el blog… ¡Qué vergüenza! Y ha pasado tanto… tanto tiempo y tantas cosas… que no sé por dónde empezar, porque entre medias han llegado el decimosexto, la decimoséptima y el decimoctavo de mis sobrinos y ya ni siquiera les he dedicado una entrada de blog. También, hoy mismo, después de 41 años y quince días, de estar en el tajo (y por si alguien no lo sabe, empezó a trabajar un mes antes de los catorce años) se ha jubilado mi padre.
Por otro lado, no hace falta decir lo intenso que ha sido el final de curso, con sus correspondientes exámenes, sus correspondientes correcciones y, por supuesto, su correspondiente obra de teatro, representada tanto en el Instituto como en el Centro de Esclerosis… Y escribo acuciado por la urgencia de Julio, que me tiene amenazado con borrarme de sus enlaces. «Hoy mismo actualizo», le dije ayer. «Ni de broma», contestó él que cada vez sabe más de mis debilidades.
Y sin embargo, a pesar de la cantidad de temas para escribir, yo sigo monotemático y lacrimógeno… y un tanto grimoso. Así que vale ya, hasta aquí hemos llegado. Eso sí, gracias por estos tres años a todos los que habéis pasado por mi vida, la mayoría sin aviso previo, porque te toca el profesor y el tutor que te toca y apáñate como puedas. Gracias por tantas risas y carcajadas dentro y fuera de clase, por los no te «vallas» y los «haber» si vuelves pronto y los «te hecharemos» de menos (ya se ve que la ortografía no entiende de sentimientos). Gracias por esas lagrimillas que me han llenado de confusión, por los abrazos, por el balón de fútbol-sala con mensajes de lo más profundo: «puede que no seas el mejor futbolista, ni el mejor profesor, pero eres una gran persona» (y yo me pregunto: ¿de qué me vale ser una gran persona si no soy el mejor futbolista?), por los momentos compartidos, buenos y malos y por tanto y tanto que he recibido durante este tiempo que me sé deudor insolvente.
Habrá quien siga pensando que tal y como están las cosas hay que estar loco para meterse a profesor. Yo lo que creo es que hay que estar loco para perderse tanto cariño y que uno siempre acaba recibiendo mucho más de lo que da.
Muchas gracias (también por seguir metiéndote a leer en el blog casi con el convencimiento de que yo ya no estaba) y paciencia porque tardaré en volver a escribir, pero esta vez porque voy a estar unos cuantos días de campamento (sí, a mis años, de campamento) en un lugar de ésos sin electricidad y a los que apenas llega la cobertura.