Día del libro

Lo sé, soy profesor de Lengua y se supone que hoy debo estar contentísimo, haber regalado un millón de libros y haber hecho un montón de actividades de animación a la lectura. Después, para concluir el día, tengo que escribir una entrada en el blog (que vuelve a los guadianas de antaño) ponderando las inefables ventajas de la lectura y los libros… Pero he de reconocer que caí ayer por la noche en la cuenta de que hoy se celebraba el día del libro y me ha pillado tan a traspié que ni siquiera he recordado en clase la sabida anécdota de que Cervantes y Shakespeare murieron en la misma fecha, pero en distintos días. Y en lugar de eso me he dedicado a pedir a determinados alumnos azulgranas calma con un significativo gesto de manos. Lamentable. Lo siento mucho, etcétera.

Y no es que esté en contra de celebrar el día del libro, faltaría más, es que uno no está siempre inspirado. Y para más INRI, le he echado un ojo a las listas de libros más vendidos y no me he leído ninguno… Es más, la mayoría ni me sonaban. Y eso, en lugar de preocuparme, me ha producido una secreta alegría con la excusa de ya se ve que no soy de los que se leen lo que lee todo el mundo. Y, a pesar de todo, me gusta leer:

Se acabaron las vacaciones

Me estaba empezando a plantear si, al igual que he sido capaz de escribir noventa días seguidos, sería capaz de estar otros noventa sin escribir, pero me han empezado a llegar por distintos medios mensajes amenazantes e hirientes que me han obligado a poner de nuevo manos al teclado.

Las vacaciones laborales se me acabaron el martes pasado, pero las blogales me han durado hasta hoy porque es mucho más fácil la cuesta abajo. Curioso asunto el de las vacaciones, siempre más cortas para quien las disfruta que para quien las ve desde fuera. El martes o miércoles de la Semana Santa me encontré con J cuando se dirigía a su trabajo y se sintió en la obligación de echarme en cara lo bien que vivimos los profesores y demás tópicos que requiere la ocasión. Uno ya está acostumbrado a tanto rejón malinencionado, hecho con sorna y sin maldad, provocado no tanto por el hecho de que yo tenga unas vacaciones largas, como por el hecho de que el otro no las puede disfrutar. Pero a veces, cuando me pisan demasiadas veces el mismo callo, sale el Federer que llevo dentro y respondo con un revés del tipo: «si tan buenas te parecen mis vacaciones no sé por qué no te presentas a la oposición este año y te dedicas a la enseñanza». Eso sí, si se decidiese a opositar, cosa que dudo, tendría que advertirle que si se mete en educación solo por unas buenas vacaciones, acabará añorando más pronto que tarde el tranquio trabajo en frente de un ordenador que no padecerá nunca el apasionante virus de la adolescencia. Además, si siguiese empeñado en la oposición, le recordaría que en realidad no son tantas vacaciones, que esos días no me los pagan, que mi sueldo no se corresponde con el de un funcionario de tipo A, que es lo que soy, sino que cobro bastante menos que cualquier otro funcionario que se dedique a menesteres distintos de los educativos.

Vaya, creo que se me ha vuelto a calentar la tecla más de la cuenta. Si yo lo único que quería decir es que se han terminado mis vacaciones blogueras, pero ya no me comprometo al ritmo diario al que estaba sometiendo a los lectores, porque de vez en cuando necesitan un respiro.