¿Qué fue de la oposición?

En un comentario de hace unas cuantas entradas, Elvira me decía que echaba de menos en este blog las entradas sobre la oposición («sigo leyéndote, aunque más asiduamente en mis crisis de fe inherentes al ser opositor. Se echan de menitos comentarios de la oposición») y de pronto, me han vuelto en tropel un montón de recuerdos de la oposición: las mañanas interminables en la biblioteca, las tardes peleándome con la Programación Didáctica, las crisis existenciales de qué hago yo estudiando esto y qué falta me hacía… y también los buenos momentos de descubrir a un autor que desconocía o de encontrarme con una teoría novedosa y atractiva. Creo que aprendí mucho, sobre todo, de pragmática: pero ya he olvidado también mucho. Recuerdo libros que me cautivaron y también recuerdo las pestes que lanzaba según iba leyendo los temas de la academia Z, plagados de faltas de ortografía. Me consolaba con la idea de que, por lo menos, los temas no me habían costado un duro (bueno, un euro) porque me los había dejado un amigo que se había presentado a las oposiciones diez años antes… Al principio pensé que serían unos temas quizá ya pasados de moda, pero cuando esa misma academia me envió un tema de muestra comprobé no sólo que la bibliografía no estaba actualizada, sino que seguían manteniendo intactas todas sus erratas.
El caso es que, ahora que ya ha pasado la tormenta y uno está tranquilamente en buen puerto, me queda un recuerdo grato de tantas horas estudiadas (aunque fueron menos de las previstas, lo reconozco) y cierta añoranza de la aventura. Y a veces me entran ganas de volver a la mar, como me imagino que también le ocurriría a Ulises tras regresar a Ítaca y estar allí un tiempo: empezaría a echar de menos sus aventuras, sus cíclopes y sus sirenas… Y de vez en cuando, me asalta la idea de volver a presentarme a las oposiciones, esta vez a las de latín o griego, con la esperanza de algún día poder volver a impartir esas asignaturas, que son las que realmente me gustan (sí, me gustan mucho más que la lengua y la literatura… con todo lo que me gusta la lengua y literatura, como puede atestiguar cualquiera de mis sufridos alumnos).
No sé si es afán de aventura o masoquismo, aunque lo que es cierto es que si emprendo esa aventura, lo haré con la tranquilidad de no tener las naves tan quemadas como estaban la otra vez.

Un poco más sobre la huelga

En la entrada anterior se me olvidó incluir algún comentario acerca del alumnado que no hace huelga, porque el patrón de comportamiento es tristemente repetitivo: llegas a clase y te dicen «profe, no vas a dar clase, ¿verdad? Somos muy pocos». Quieren hacer ver que han acudido al Instituto por obligación paterna, pero que si fuese por ellos se estarían manifestando. Además les asalta una rara solidaridad con los ausentes, porque no quieren que los ausentes se pierdan materia. Pero en cuanto ven que, en contra de toda lógica, te dispones a dar clase normal, no tardarán en recordarte el mérito que tienen por estar aguantándote en lugar de haberse quedado en casa: «profe, por lo menos nos pondrás un positivo a los que hemos venido, ¿no?». Qué menos: un positivo por asistir a clase un día que hay clase… Y la escena se repite en todas las clases en las que entres. Aunque nunca lo dicen en serio. De hecho, a veces, les digo que efectivamente se lo merecen y les voy a poner un positivo y se quedan con la mirada a cuadros. Después insisto en que les voy a explicar algo que entra en el examen, pero que no se lo expliquen a los que no han venido… y ante tan suculenta recompensa pronto se olvidan de su solidaridad inicial y a veces da la sensación de que venderían a sus compañeros por un miserable medio punto. Aunque todos sabemos que, en realidad, ni ellos ni yo hablamos en serio. Sabemos que habrá clase normal, que no habrá positivos de regalo y que tampoco se explicarán cosas secretas para el examen. Sin embargo, todos esos comentarios hay que hacerlos; forman parte del rito de la huelga. Eso sí, al día siguiente, ya me encargaré de recordar machaconamente en clase que «esto es así porque como ya vimos ayer…» para que los huelguistas tengan la sensación de que la huelga ha sido realmente productiva, que se han perdido algunos temas de gran interés pero porque consideraron que debían anteponer sus convicciones a su obligación. Se sentirán perjudicados, pero estarán orgullosos de haber sufrido por defender una causa en la que creían y volverán a hacer huelga en la siguiente ocasión que se les presente… Si es que se enteran de que hay huelga, porque al Instituto de Tomás, que está en el mismo barrio, no le llegó el rumor de la huelga y los muy torpes asistieron a clase como si fuese un día más.

Rumores de huelga

Anteayer se me acercó X al final de la clase para decirme que al día siguiente no vendría porque iba a hacer huelga… Fue la primera noticia que tuve de que ayer había huelga. Y fue también la primera noticia que recibieron cuantos alumnos estaban cerca de mí en aquel momento: «¿mañana hay huelga?», se les escapó con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos brillantes. Poco importaba el tema de la convocatoria, lo importante era que si había huelga no había clase…
A decir verdad, yo tampoco sabía muy bien cuál era el motivo de la huelga, pero tardé poco en enterarme de que era una huelga convocada en protesta por la muerte del joven de dieciséis años que fue asesinado el otro día en el Metro de Madrid.
Ojalá la huelga sirviese realmente para lo que pretende: que no volviese a ocurrir nunca semejante dislate. Pero me temo que no serán ésos los efectos que consiga porque la única lectura que suelen hacer la mayoría de los estudiantes de una jornada de huelga es que ese día no hay clase. Huelga = Fiesta.
No sé cuántos de los alumnos que no fueron al Instituto se acercaron a la concentración programada, ni cuántos se pararon a pensar si ése era el mejor remedio: cuando hoy les he preguntado a los que faltaron por qué no habían venido, ninguno me ha dicho que estuvo en la concentración. Los más responden «porque era huelga» (no «había» huelga, sino que «era») y alguno «porque en lugar de estar aquí me quedé estudiando en mi casa».
También hubo quien, despistado, apareció en el Instituto y al ver que faltaba gente y recordar que había huelga se daba cabezazos contra las mesas. El seguimiento fue desigual: en una clase me faltaron sólo tres y en otra dieciséis, pero quizá el premio se lo lleve quien me dio a conocer la existencia de la huelga: X me dijo que no iba a venir al día siguiente por la huelga y después tuvo la desfachatez (en este caso nunca mejor dicho por ser la convocatoria antifascista) de decirme que lo mismo no podía hacer mi examen de hoy viernes, porque era muy probable que hiciese puente… Menos mal que hoy sí que ha aparecido y que ha hecho el examen. Espero que le haya salido bien.

Qué difícil es todo… a veces

El problema de no quedarse quieto y tratar de moverse es que a veces hay poco espacio y uno va pisando sin querer distintos callos aquí y allá…
Me explico: estas últimas semanas me he embarcado en un par de gestiones que han estado a punto de hacerme naufragar el ánimo porque te vas dando cuenta de que lo que a ti te parece una cosa sencilla, fácil y lógica es en realidad un bosque laberíntico en el que puedes acabar perdido para siempre.
La primera gestión consistió en intentar conseguir el polideportivo que tenemos en frente del instituto para echar partidos de Fútbol 7 con los alumnos un día a la semana. Ni en el instituto ni en el polideportivo me pusieron pegas, pero papel aquí, papel allá, sello de aquí, sello de allá, explicación aquí a éste, explicación aquí al otro, gestión allí con aquél, gestión allí con el otro… Y entre tanto ir y venir de un lado para el otro pues he acabado algo mareado y molestando aquí y quizá allí a más de uno: afortunadamente es gente comprensiva y creo que entienden que mis pisotones son debidos a la ceguera, no a la mala voluntad. Ayer tuvimos el primer partido con una afluencia excesiva de alumnos.
La otra gestión está todavía a medio camino, pero pienso llegar hasta el final. El año pasado E. me contó que iba algunos días a visitar a los enfermos del Centro de Esclerosis Múltiple que hay en Valdebernardo (por lo visto el único centro de esas características en España) y me pareció que sería buena idea organizar un grupo solidario con alumnos del instituto, de forma que una tarde al mes nos acercásemos allí para hacer un rato de compañía a los enfermos, sacarles a pasear o echar una mano en lo que hiciese falta.
Después de plantear la idea en mi tutoría y contar con la aprobación y el deseo de colaborar de varios alumnos (parte que me parecía la más complicada, pero resultó que estaban encantados con la idea), me acerqué al centro para contarles nuestro proyecto…
Tras un rato de espera me atendió muy amablemente un trabajador social que, aunque estaba encantado con la idea, me hizo ver que no iba a ser todo tan fácil: en el centro no se contaba por principio con voluntariado, había personal contratado para atender a los enfermos, el centro es de la Comunidad de Madrid y está gestionado por una empresa privada, habría que hablar con la Conserjería de Sanidad, él le hablaría al director, pero… De poco sirvió que yo tratase de explicarle que no pretendíamos sustituir a nadie, ni quitar ningún puesto de trabajo, que nuestra única intención era acercarnos una hora al mes y hacer un rato de compañía a los enfermos, que no pretendía «ayudarles» en la gestión del centro, sino que lo que quería es que los alumnos descubriesen de cerca una realidad que normalmente desconocen y que fuesen capaces de dedicar algo de su tiempo a los demás, porque estoy seguro de que serán ellos los verdaderamente beneficiados de esa experiencia…
Le di mi teléfono y estoy esperando su llamada. Me temo que no llegará, aunque también me temía que no me iba a llegar la del polideportivo y llegó (bueno, más que llegar, fui yo a por ella, porque volví a pasarme para preguntar…). De todas formas, espero que no consigan desanimarnos y tengo la esperanza de que en diciembre podamos tener un pequeño festival navideño en el Salón de Actos del centro (¡cómo me gustaría representar allí El Pirata Timoteo!).

Un día como hoy, hace 38 años: amores no tan adolescentes

Un día como hoy, de hace justo 38 años, se dijeron aquello de «sí quiero» en la salud y en la enfermedad, con frío y calor, en las alegrías y las penas, en la juventud y la vejez, ahora, luego y siempre… Y hoy, cuando sus sonrientes y jóvenes veintitantos empiezan a ocupar un lugar muy al fondo en la habitación de la memoria, se lo siguen repitiendo, pero ahora ya con conocimiento de causa: sabiendo qué es lo que quería decir aquello de en la salud y en la enfermedad, en la alegría y el dolor. Porque 38 años de síes dan para mucho, para tanto que son muchos los que no pueden con ello, pero cuando se vadean las tormentas, cuando se aplacan las tempestades y se ve que todo ha sido para tanto, es inevitable la sonrisa. Y sus 38 años juntos son un grito callado de que el amor fiel es posible también en el siglo XXI.
Aquel 5 de noviembre de 1969 empezó una aventura con gran dosis de locura. Otros años, escribía una breve poesía con versos poco cabales de sílabas desiguales y de rima pareada por fecha tan señalada, pero al tener todavía algunos versos pendientes y no quiero que cuñadas y hermanas muy enojadas me enseñen uñas y dientes, con este pequeño escrito a mis padres felicito, con toda mi admiración por su ya largo cariño. Sé que les hará ilusión, porque alguna vez un ojo echan al blog de su niño. Sin que se note el sonrojo, puede uno ponerse tierno y también agradecido por un amor tan eterno que a este mundo le ha traído.

Antes de acabar, dos instantáneas que demuestran cómo pasa el
tiempo y cómo se expande la familia. La primera foto es de las bodas de plata, la segunda del bautizo del último nieto: se ve que la familia está en pleno crecimiento:

Y es que hay que ver cómo pasa el tiempo… llevo un buen rato intentando colgar las fotos y parece que no hay manera, así que aquí lo dejo y luego lo intento. En fin, ha costado, pero ya se ve que las fotos ahí están al final.
Ah, muchísimas felicidades.