Bienvenidos

Sí, lo reconozco, tengo instalado un contador invisible en el blog
porque uno es
en el fondo un cotilla y un vanidoso y le encanta saber cuánta gente se
pasa por aquí y de dónde y cuánto tiempo se pasa leyendo… Y la verdad
es que este es un blog un tanto de andar por casa, por el instituto y
por los cuentos, que leen unos cuantos amigos, unos cuantos familiares
y unos cuantos que aterrizan por aquí de las maneras más inverosímiles
y deciden volver y, de tarde en tarde, dejar algún comentario.

Pero el domingo pasado, me cayó un chaparrón de visitas que no sabía de
dónde me habían venido: más de cuatro mil en un solo día. Y me ha
pasado un poco lo que a Alcázar de San Juan con la lluvia, que en un
día me han venido más visitas que en casi todo un año, con la
diferencia, claro, de que a mí las visitas sí que me han venido bien.

El caso es que después de investigar un poco he descubierto que Alicia
citó una de mis entradas en su blog y que alguien colgó otra de las
entradas en la página web de un sindicato y en meneame.net, página cuya
existencia desconocía, y de allí me imagino que habrán venido unos
cuantos lectores: a los «colgadores» muchísimas gracias y a todos,
bienvenidos, aunque quizá esta bienvenida llegue un poco tarde porque
muchos lectores serán de ésos de leerás y no volverás, pero espero que,
por lo menos, hayan pasado un buen rato.

Y ya puestos, también aprovecho para dar la bienvenida a esos cuantos
alumnos que han encontrado también este blog por casualidad, porque
Google es más listo de lo que parece y no sé cómo lo ha hecho, pero me
ha reconocido y, aunque creo que aquí nunca he puesto mi apellido, si
se me busca por el nombre y el apellido ésta es una de las primeras
páginas que aparece. Y también durante un tiempo el blog aparecía como
primer resultado si se buscaba el nombre del instituto, porque en una
de las entradas había puesto la página web del centro. Así que, aunque
he perdido cierta libertad de movimientos para poder contar alguna
historia preservando el anonimato de los protagonistas, sé que he
ganado unos cuantos lectores, un tanto curiosos e intrigados, que
quieren saber cómo es su profe por fuera y que después me miran en el
instituto con cara de tú no sabes que nosotros sabemos, aunque a veces
sí sé que saben…

Vulgarismos

El sábado pasado fue la carrera popular del barrio donde está mi Instituto, organizada por el colegio de Primaria y, como sabía que unos cuantos alumnos corrían, me acerqué a última hora de la mañana para ver quién había ganado.
Lo bueno de este barrio es que tiene bastante de pueblo y como tiene las fronteras muy marcadas, acabas conociendo a un montón de gente y vas por la calle saludando a unos y otros.
Me encontré a bastantes alumnos, algunos copa en mano, que me saludaron cordialmente, pero casi derramo lágrimas de emoción cuando me acerqué al grupo de mi tutoría y lo primero que me dijeron fue: «profe, no veas qué de vulgarismos dice el locutor». He de reconocer que mi alegría estaba empañada por el hecho de que el locutor de la carrera popular cometiese vulgarismos, pero no pude evitar emocionarme al comprobar que, por lo menos, algo de lo que sale en clase, les acaba calando.
Entre los vulgarismos que había dicho el bueno del locutor estaba «delante mía» y quizá sea ya una pelea inútil, pero mientras me queden ganas seguiré en clase haciendo «teatro», chillando, golpeando la pared, amenazando, clamando al cielo por la barbaridad de ponerle un determinante a un pobre adverbio. De hecho, el primer paso en la explicación de la frase suele ser preguntar a quien la haya pronunciado por qué es «delante mía» y no «delante mío». La respuesta habitual es que depende de si lo dice un chico o una chica… y desde ahí, todo lo socráticamente que soy capaz, les voy conduciendo a la conclusión de que los adverbios, al igual que los verbos, no pueden llevar determinantes.
No sé, quizá no todo sea en vano, lo mismo algo se les queda, aunque sea una lejana preocupación por el bien hablar y el bien escribir. Espero que con el tiempo no caiga todo en saco roto y se olviden «mío».

En mitad del examen

Estoy ahora mismo, agenda electrónica en mano, vigilando un examen y conectado a la wifi del instituto para poder escribir esta entrada, inmortalizar este momento… y facilitar que copien algo, que falta les va a hacer.
El examen transcurre con la música de fondo de toses y moqueos porque acaban de tener Educación Física y han hecho la prueba de resistencia.
Un momento, que A. tiene una duda… Esta vez la duda de A. era interesante y adecuada, cosa nada frecuente en las dudas que surgen en los exámenes, porque la mayoría de las veces te preguntan lo que tú les preguntas o lo que has explicado cuando les has dado las instrucciones antes de empezar el examen.
De vez en cuando, el fondo de toses y moqueos se ve acompañado por el tiquitiquitiqui del teepex, porque ahora a los teepex hay que agitarlos antes de usarlos: cómo explicarles que los dichosos cacharros más que limpiar emborronan y que así están perdiendo el medio punto de regalo que doy por buena presentación.
Lo que decía hace un momento: X. acaba de preguntarme qué significa «piltra» porque en una de las preguntas del examen les pido que me sustituyan ese vulgarismo por la palabra correcta.
A Z. no le está saliendo muy bien el examen: en lugar de escribir en el folio, dibuja en la mesa. Admiro su paciencia, porque debe de llevar ya un buen rato sin nada que hacer y en lugar de montar bollo prefiere dedicarse al arte. Al final de la clase tendré que recordarle que la mesa quede limpia: lástima de arte efímero.
Acabo de interceptar un conato de conversación entre A. y E. y a A. le ha dado la risa (a mí un poco también). En la otra esquina de la clase S. es incapaz de no sonreír cuando se cruzan nuestras miradas. Se ve que ha acabado hace un rato el examen y los minutos que faltan se le hacen eternos y se aburre mortalmente.
Es curioso: el número de preguntas chorras crece en proporción geométrica al poco tiempo que queda. Tendré que dejar de escribir: qué poco cunde, ahora que releo lo escrito, el tiempo en un examen.
Ya siento que no haya ocurrido nada interesante: habría estado bien contar la pillada de una chuleta en directo, pero qué chuleta voy a pillar si mientras ellos hacen el examen yo me dedico a escribir aquí…

Analfabetismo natural

El viernes pasado fui con unos amigos de excursión. Nuestro objetivo era llegar a un monasterio abandonado, situado junto al embalse de Bolarque, cerca de Sacedón, en Guadalajara y pasar allí la noche.
Fuimos en Braulio (mi coche) hasta el Salto de Bolarque y desde allí, con las mochilas a cuestas, emprendimos el camino con cierta prisa porque ya era un poco tarde.
Para llegar hasta el monasterio primero hay que subir un monte, bastante empinadito él, y después bajarlo. Coronamos cuando todavía quedaba algo de luz e iniciamos el descenso. Logramos
ver el monasterio, allá a lo lejos, pero tampoco parecía para tanto…
Sin embargo, el tiempo es imparable y cuando nos quisimos dar cuenta empezaba a ser noche cerrada. Hacía tiempo que, por la vegetación, habíamos dejado de divisar el monasterio y empezaron a surgir las primeras dudas: ¿no nos lo habremos pasado y lo habremos dejado a la derecha?, ¿vamos por aquí o por allí?
Y fuimos por aquí y por allí, enzarzándonos, arañándonos, desgajándonos y uno siente de pronto las grandes limitaciones de su analfabetismo natural y el no saber diferenciar un olmo de un madroño, un espino de una zarza, y no duele tanto el pincharse como el no saber con qué te estás pinchando. Creo que había bastante de acebo, por aquello que uno lo ha visto dibujado en las felicitaciones navideñas.
De los cuatro que íbamos sólo uno había estado con anterioridad, aunque no se cansó de asegurar que sabía llegar perfectamente… Pero ya se sabe que por la noche todos los gatos son pardos y todos los monasterios, junto con sus fantasmas, echan a correr de un lado para otro, eso sí siempre en
la misma margen del embalse y por eso creímos que lo mejor era bajar hasta la orilla y desde allí reemprender la búsqueda. Quién iba a decir que las orillas fuesen tan abruptas.
Empezó a cundir cierto desánimo y al final renunciamos a continuar la búsqueda, a pesar de que el monasterio, según nuestro guía, contaba con una praderita en la que se podía dormir
la mar de a gusto y que el trozo de montaña en el que estábamos sólo nos ofrecía una generosa pendiente y prometía bastante incomodidad.
Alguien sugirió, para elevar los ánimos, freír los huevos en un
hornillo que llevábamos, pero preferimos reservarlos para el desayuno del día siguiente. En vista de que el dormir iba a ser escaso, dos bajamos a la orilla del río a ver estrellas y allí sí me sentía más seguro tras tanta noche al raso: la noche era cerrada, la luna se había ido de paseo al otro lado del mundo, y entre árboles (¿pinos, cedros, almendros, álamos?) se vislumbraban Mizar y Alcor, las estrellas dobles de la Osa, Vega de Lira y Deneb del Cisne, aunque del Cisne sólo se veían tres estrellas más porque el resto estaba oculto por la montaña, Hércules…
Siempre me emociona contemplar las estrellas y recordar las historias que encierran. Después uno echa cuentas de la distancia y del tiempo que hace que salió la luz de allí para llegar hoy aquí y le entra cierto mareíllo y se pregunta si el hombre realmente se merece semejante regalo, pues mientras no se demuestre lo contrario, todo el cosmos parece un regalo con el hombre como principal destinatario.
Con un poco de poesía estelar en las venas, nos fuimos finalmente a dormir, tomando las precauciones necesarias para que un árbol nos detuviese en nuestro posible rodar hasta el abismo.
A la mañana siguiente, comprobamos para nuestra desolación que la bombona que llevábamos no se correspondía con el hornillo y que los huevos se iban a quedar con las ganas de ser tomados… Pero es que la aventura tiene estas cosas. Después de un desayuno aceptable, nos pusimos en marcha y, efectivamente, a los 15 minutos llegamos al monasterio (siempre nos quedará la duda de si por la noche habrían sido quince minutos o un par de horas) y allí palpé de nuevo el analfabetismo natural que padezco: ¿qué serían tantas flores amarillas? ¿a qué bicho corresponderían los trinos que nos salpicaban aquí y allá? ¿era la famosa hiedra lo que se asomaba por las ruinas? ¿cuántos tipos de cardos hay?
Así que he decidido ponerme un poco al día y empezar a estudiar
árboles, flores, pájaros y demás seres vivientes, para poder hacer
descripciones como Dios manda… Entre tanto pongo aquí una foto porque no sé qué hecho con las mil palabras que necesitaba para describirla.

¿Examen?… Pero si no avisó

La frase es típica, aunque quizá haya que actualizarla a «¿Examen?… Pero si no avisaste», porque estamos en época de tuteo olímpico que decía Lasso de la Vega hace ya unos años.
El caso es que antes del puente, avisé a mis alumnos de 2º de ESO de que hoy tendríamos el examen de recuperación. Y hoy, cuando he llegado con mis exámenes bajo el brazo, me he encontrado caras descompuestas, rostros desencajados, voces rotas que clamaban contra la injusticia: «pero si no lo sabía nadie» (bueno, parece que alguien sí porque sabían que había examen antes de que yo dijese nada), «si no lo dijiste», «ponlo otro día, el que quieras, y verás cómo aprobamos», «por favor, por favor»… Y yo, que no soy de piedra, he estado a punto de enternecereme, pero resulta que un poco de piedra sí que soy porque me he mostrado firme e imperturbable ante sus súplicas y han hecho el examen. El primer día de clase les expliqué que era un maniático y que una de mis manías es que nunca cambiaba un examen de fecha porque no me parece justo ni serio.
Claro que uno se queda con la duda de si no habrá ido demasiado lejos, de si no habrá roto los difíciles cabos de una buena relación con los alumnos, de si no pasará a la categoría de profesores inhumanos y crueles (por ponerlo en suave).
Quizá tendría que haberles retrasado el examen y así les podría demostrar que daba igual, que los mismos que hayan suspendido el de hoy suspenderían también el próximo. ¿Cómo explicarles que no es crueldad, sino seriedad, que no disfruto suspendiéndoles, sino que prefiero darles estos pequeños palos antes de que venga la vida con los suyos, más contundentes?
¿Se apuntarán en la agenda el próximo examen? ¿Me habré pasado tres pueblos? ¿Debería darles otra oportunidad?

Viaje a Almagro

El viernes pasado tuve la suerte de hacer un viaje relámpago a Almagro junto con Francisco Garzón Céspedes y José Víctor Martínez Gil.
Fue relámpago porque fuimos y volvimos en el mismo día y Almagro está a unos 250 km de Madrid, pero también fue relámpago por lo luminoso.
Luis Molina, director general del CELCIT y amigo de hace muchos años de Francisco, lo había invitado para las cenas-coloquio («Voces del Mundo») que organiza una vez al mes el Ateneo de Almagro para que hablase de la Narración Oral Escénica y del Sistema Modular.
Llegamos a Almagro un poco más allá de las seis e hicimos la obligada visita al Corral de Comedias después de dar una rápida vuelta por la plaza del pueblo. Después nos dirigimos a la casa de Luis, una finca a las afueras de Almagro, llamada Don Quijote y que tiene toda la pinta de haber sido un trozo de paraíso que aterrizó allí cuando el paraíso explotó (tengo un amigo que sostiene la teoría de que el paraíso terrenal explotó y está ahora diseminado por multitud de rincones que hay que ir descubriendo).
Dentro de la finca vimos el recién reconstruido teatro La Veleta, que se le incendió hace un par de años… Luis comentaba orgulloso que era su octavo teatro. Entramos en la casa y estuvimos charlando amigablemente con Luis y con Elena, su esposa… En realidad, estuvieron charlando, porque yo me limitaba más bien a escuchar, con cierta sensación de intruso, mientras repasaban recuerdos y personas conocidas. Luis habla con la calma de quien ha viajado mucho y entrecierra los ojos como para no dejar de ver nunca el mundo que lleva dentro. De repente, uno siente que toca la cultura de cerca, que allí se respira otra atmósfera alejada de polémicas estériles y a la vez tan cercana a todo lo humano.
Antes de la hora de la cena coloquio, Luis nos dio otra vuelta por la ciudad, enseñándonos un rincón aquí y otro allí. Y en uno de esos rincones conocimos a Luz, una artesana que tiene una tienda cerca del centro y que nos regaló unas pequeñas estampas de Almagro pintadas por ella misma. Luego supe que Francisco sí le había pagado: le contó un cuento, en la tienda, a ella sola, aprovechando que nosotros ya habíamos salido.
La cena-coloquio presentaba algunas incógnitas: no sabíamos si asistirían cinco personas o veinte, si habría preguntas o no, si les resultaría interesante a los asistentes o aburrida… Y al final se llenó con unas veinte personas de las más diversas edades, desde los treinta a los setenta y la cena fue intensa y emocionante.
Nunca deja de sorprenderme el poder de la palabra hablada, de la conversación, para crear en poco tiempo todo un mundo de entendimientos y complicidades. De pronto, con cierto hálito mágico, sientes que el auditorio va sintonizando, que se van cayendo los muros de las prevenciones y las dudas con las que uno siempre asiste a un acto de este tipo.
Francisco contó cómo descubrió la narración oral, habló de sus últimos libros publicados, salpicó la cena de anécdotas aquí y allá y se fue produciendo el milagro de la comunicación.
No sé muy bien cómo salió a relucir en una de las preguntas la dificultad que existe para contar cuentos que respeten a todos y no ofendan a nadie, con independencia de sus ideas políticas o religiosas. Y es cierto que es difícil, pero Francisco puso como ejemplo nuestra relación de amistad que empieza a extenderse ya unos cuantos años. Somos muy distintos y pensamos de forma muy distinta, incluso opuesta, en muchos temas. Sin embargo, el milagro de la comunicación produce también muchas veces el milagro de la amistad. Una amistad que sabe saltar por encima de los veinticinco años de edad que nos separan a Francisco y a mí y por encima de nuestras ideas personales. Además, en realidad, estamos de acuerdo en las cosas fundamentales: la necesidad de respeto hacia el otro, la visión del proceso comunicativo como un acto de entrega y de amor, la diferencia entre libertad y libertinaje, autoridad y autoritarismo, individualidad e individualismo… Alguno de los asistentes no daba crédito a lo que estaban viendo y después de que Francisco manifestara sus posturas y yo las mías, me dijo realmente sorprendido: «es broma, ¿verdad?». Pero no, afortunadamente no es broma: el entendimiento, cuando hay respeto y tolerancia, siempre es posible.
La cena también tuvo su parte «práctica» y Víctor y yo contamos unos cuentos breves. Francisco también contó alguno y acabó con el recitado de un poema, o mejor dicho de un conjunto de poemas, sobre el amor, que muy bien resumían lo que habíamos estado viviendo. Al final de la cena, se leyó el nombramiento de Francisco Garzón como Socio de Honor del Ateneo de Almagro.
Soy afortunado. Sé que la noche de Almagro la guardaré entre mis mejores recuerdos y que ese recuerdo vivirá compartido por cuantos estuvimos allí el viernes pasado.