El comentario 1137

Hace un tiempo, en vista del éxito del concurso «una gominola para el comentario 1.000», prometí una gominola para el comentario 1.137 y resulta que tal comentario ya se ha producido y la gominola es para… Nacho Ceballos con su extenso comentario a «SOLO». Pero lo más curioso de todo es que Begoña, que fue la autora del comentario 1.001, ha sido quien ha escrito el comentario 1.138 y más curioso todavía es que lo ha escrito después de no haber pasado por el blog durante un buen tiempo y de no haber vuelto a comentar después de los comentarios al famoso comentario 1.000… A cualquier alumno que me hubiese escrito este texto le habría recuadrado con rojo todas las veces que se utiliza la palabra comentario en tan pocas líneas, pero llega un momento en el que el error se convierte en intencionado y ya no sabe uno si es error o es parte del juego (sin comentarios). De todas formas, para terminar de arreglarlo, no me resisto a hacer algunos comentarios al comentario 1.137 que reproduzco íntegro a continuación para facilitar la relación con lo que a continuación diré:

Ignacio Ceballos dijo

Cuando empezó todo esto de la reforma ortográfica escribí y difundí este texto, que creo que, aunque largo, merece la pena, y contradice en parte tus posturas.

La i griega no se llamará ye

Las noticias sobre los cambios en la ortografía que pretende la Academia de la Lengua han tranquilizado a pocos usuarios de nuestra lengua. Perdónenme que utilice la palabra «usuarios», con ella me refiero a usted y a mí. La política que inspira estos cambios es, no hay duda, el deseo de unificación del español en todos los países en los que se habla. Y el objetivo de esa política y de ese deseo es poder vender el idioma como un producto de una sola pieza a otros países, en la gran campaña de exportación del español que están realizando muchas de nuestras instituciones. Desde el punto de vista comercial, no existe ninguna pega.
Pero no se extrañen los académicos por algunas de las críticas que han coreado muchos usuarios de la lengua en los medios de comunicación y redes sociales: no se le ve el sentido a tener que imponer formas y usos latinoamericanos en España, y viceversa. Me estoy refiriendo, como habrán supuesto, a lo de la i griega, la uve, y la uve doble, que decimos aquí. Imagino a los representantes de las academias de la lengua, de pie en torno a un patio, negociando en términos tales: «concedemos lo de la ye, ¡pero aceptadnos llamarle uve a la uve!», como si estuvieran pactando una rendición en un juego infantil. Aunque más allá de la broma, querer tocarle el nombre a la zeta (y hacerla *ceta) es, sencillamente, una arbitrariedad. Para ser consecuentes con ello, deberíamos cambiar también enzima por *encima, zigurat por *cigurat, zéjel por *céjel, zeugma por *ceugma, zigzag por *cigzag, y además obligarle a cambiarse el nombre a una tal vez futura reina de este país.
Hay algunas decisiones en este intento de Ortografía que siguen una lógica, es cierto; se podrá estar más o menos de acuerdo con ellas, pero hay que admitir su coherencia. Por ejemplo, lo de los topónimos árabes. Sin embargo hay otras, permítaseme, que hacen equilibrismos en una cuerda muy floja. La insistencia de la Academia en que el usuario escriba sin tilde «solo» en cualquiera de sus acepciones recuerda a las prohibiciones reiteradas de representaciones teatrales en las iglesias durante edades medias y siglos áureos: lo que manifiestan es únicamente que la práctica más habitual es seguir haciendo lo que se hacía tradicionalmente. Es decir, hay una reticencia al cambio que, a mi parecer, está completamente justificada. Dicen los coordinadores del anunciado libro que la ambigüedad con «solo» se resuelve fácilmente por el contexto. Bien, lo que parecen olvidar es que prácticamente todas las tildes se escriben precisamente para eliminar esas ambigüedades de lectura o de interpretación. O sea, que su función es ayudar a comprender los textos, y, en ese sentido, muy pocas son necesarias en sentido estricto. ¿No deducimos por el contexto, cuando vemos uno de tantos carteles de «panadería» por la calle, escritos con mayúsculas y sin tilde, que se trata de una panadería y no de un ente ignoto llamado *panaderia? ¿Necesita la tilde «camión» para saber que es un camión? ¿No entendemos la palabra «*arbol» aunque la veamos escrita sin tilde? Es más, ¿hay alguna necesidad de resolución de ambigüedades con las tildes diacríticas de los pronombres, siendo que «mí» y «sí» siempre son núcleo tras preposición, y «mi» y «si» nunca? Necesidad no, se me dirá, pero ayudan. Exactamente. Ese es el mejor argumento para no quitar las tildes en ni uno solo de estos casos.
La tilde es también la manzana de la discordia en las palabras «guión», «rió», «fié», «huí», «guié», «lié», y otras como ellas. El problema con estas palabras es que la Academia pretende ponerse estricta y las quiere considerar errores. Como saben, le dice al usuario que la percepción mayoritaria en los países de habla española es que son monosílabos, pero sabe tan bien como nosotros que en el español estándar de España eso no es así; fue gracioso ver a la presentadora del telediario nacional de hace unos días diciendo que palabras como «guión» (gui-ón, dijo) no llevarán tilde, por ese motivo. Para la Academia es fácil decretar el «monosilabismo ortográfico» de ciertas palabras. Más difícil lo tendrán los profesionales de la enseñanza, que tratan de dar cierta lógica al sistema de la lengua ante los niños, los adolescentes y también los adultos, cuando tengan que decirles que un hiato consiste en dos vocales juntas que se pronuncian en dos sílabas diferentes, excepto en «guión», «lió», «rió», etc., en que eso mismo se considera diptongo. ¡Allá se las compongan, como han hecho hasta ahora! ¿No?
Seguramente haya quien entienda las tildes como unos signos que aparecieron en un momento de la historia del castellano, y que tal como aparecieron podrían desaparecer. Pero no debemos ignorar que esa percepción, veraz, es la que corresponde a los lingüistas, y no es la de los usuarios de la lengua. Para una persona cualquiera la tilde sobre una palabra existe desde siempre, es decir, desde que esa persona ha escrito la palabra, que es lo mismo a efectos prácticos. Retirar esa tilde no es, entonces, eliminar un añadido histórico, sino suprimir un rasgo intrínseco de esa palabra. Esto es lo que yo creo que no han pensado algunos académicos-lingüistas, y sí han percibido muchos académicos-escritores, que desafortunadamente aún no han podido ganar esta mano.
Reconoce Gutiérrez Ordóñez, coordinador de este nuevo intento de Ortografía, que las primeras reacciones no han sido buenas, pero afirma que pasados unos pocos días ya ni se hablará de ello. Seguramente será así, aunque el razonamiento es un poco abusón. La mayoría de las críticas vienen de personas que no cobran un sueldo por hacer oír sus protestas, y por lo tanto, su derecho a la queja tiene que limitarse por fuerza a la breve vida del arraque o del pronto. En cambio, muchas de las defensas parten de la propia institución, que tendrá un presupuesto dedicado a «hacer pedagogía» de los nuevos cambios. Hay pedagogías mejores y peores, pero siempre ganará la que cuenta con fondos. De modo que las palabras «tranquilizadoras» de Gutiérrez Ordóñez no nos parecen una buena forma de salir en defensa de su libro.
Según me consta, muchos colegas y yo, profesionales de la lengua española pero, sobre todo, usuarios interesados (como usted), no vamos a asumir cambios en el sistema que respondan a la arbitrariedad con que se trata un producto de mercado.

Pues, querido Ignacio, yo también me voy a permitir disentir en parte de tus posturas. Vayamos por partes (lo sé, hoy me he puesto el traje de «repetidor léxico»):

  1. El nombre de las letras: estoy de acuerdo en que no tiene mucho sentido tratar de imponer una denominación u otra y en que va a ser muy difícil que consigan que yo diga la «ye» en lugar de la «i griega». Pero quizá, porque ya se imaginan el problema, los señores académicos se limitan en este aspecto a sugerir (eso sí, con fuerza): «hoy se considera preferible proponer el nombre ye como el único recomendado para todo el ámbito hispánico» (§5.4.3.1). Pasa lo mismo con la uve: «la virtud distintiva del nombre uve es lo que justifica su elección como la denominación recomendada para la v en todo el ámbito hispánico» (§5.4.3). Es decir, es preferible ye, pero nada impide i griega, al igual que se recomienda uve, pero quien quiera seguirá con su «uve, ve, ve corta, ve chica o chiquita, ve pequeña, ve baja». Por otra parte, no sé de dónde te has sacado lo de la «ceta». A este respecto la Ortografía es bastante clara: «Esta letra ha tenido tradicionalmente dos nombres en las obras académicas, zeda y zeta, a los que se unieron más tarde las variantes gráficas ceda y ceta […]. De estas cuatro formas, la única recomendada hoy es zeta, la más cercana a la etimología y desde siempre la más usada […]. Se desaconsejan explícitamente las formas con c-, que nunca han cuajado en el uso» (§5.4.3.1).
  2. Sobre la tilde de solo creo que ya ha quedado dada mi opinión, ahora, lo de relacionarla con «las prohibiciones reiteradas de representaciones teatrales en las iglesias durante edades medias y siglos áureos» me parece un pelín exagerado. Más si tenemos en cuenta que aquí, una vez más, la Academia recomienda, no impone: «a partir de ahora se podrá prescindir de la tilde en estas formas (se refiere también a la tilde de los pronombres demostrativos) incluso en casos de doble interpretación» (§3.4.3.3). De hecho, la tilde diacrítica lo que facilita no es la interpretación de los textos, sino su lectura y por eso siempre aparece oponiendo formas tónicas (mí, dé, sé…) a atónas (mi, de, se…)
  3. En cuanto al diptongo ortográfico (rio, guion, lio), he de reconocer que no tengo las cosas tan claras, aunque puedo asegurar, como «profesional de la enseñanza», que a mí me resulta mucho más sencillo explicar a mis alumnos que los diptongos se producen siempre cuando se unen dos vocales cerradas (i, u) o una vocal abierta (a, e, o) precedida o seguida de una vocal cerrada átona (i, u) y que me sería muchísimo más complicado hacerles ver que, en realidad, hay excepciones, como gui-on, ri-o, li-o,… o también res-fri-a-do, hu-i-da… En realidad, la función de la tilde es indicar la vocal tónica de una palabra y las reglas están pensadas para que haya que poner el menor número de tildes posibles. En las mencionadas guion, lio, rio y otras tantas, no cabe duda de que la vocal acentuada es la o, porque en caso contrario marcaríamos la i con la tilde, siguiendo la regla de que «las palabras que contienen un hiato formado por una vocal cerrada tónica seguida o precedida por una vocal abierta llevan siempre tilde en la vocal cerrada, con independencia de las reglas de acentuación» (§3.4.2.3.2). Es decir, que no cabe ninguna duda sobre cuál es la vocal tónica de guion aunque no aparezca la tilde y que eso es independiente de que unos hablantes la pronuncien como monosílaba y otros como bisílaba. Me imagino que cuando la Academia dijo que palabras como y fué no debían llevar tilde también aquello debió de sonar raro (y unos cuantos alumnos siguen poniendo la del fué, tan convencidos)… Vaya, después de escribir este párrafo ya lo tengo más claro y ahora resulta que estoy plenamente de acuerdo con que esas palabras «deben escribirse obligatoriamente sin tilde» (§3.4.2.1.1), aunque con ello se dejen obsoletos unos cuantos millones de libros (Dios mío, ¿me estaré convirtiendo en un asqueroso mercantilista a favor de convertir a mi lengua en un producto de mercado? Aseguro que no era esa mi intención). De todas formas, creo que Ignacio también tiene razón en lo de que «la tilde sobre una palabra existe desde siempre, es decir, desde que esa persona ha escrito la palabra, que es lo mismo a efectos prácticos. Retirar esa tilde no es, entonces, eliminar un añadido histórico, sino suprimir un rasgo intrínseco de esa palabra» y que a mí me sigue gustando mil veces más «guión» que «guion». Y la gominola, Nacho, no hay quien te la quite.

SOLO

Hace menos de un mes aseguraba en este blog con rotundidad, a raíz de una frase que incluía la palabra ‘sólo’:

Lo siento, soy incapaz de dejar de poner la tilde en ese «sólo» y creo que la seguiré poniendo, aunque me quede solo, pero basta, que de esto hablaré solo otro día.

Y creo que ha llegado ya el momento de hablar… y de rectificar. Estoy hojeando y ojeando la Ortografía de la RAE y he de reconocer que me han convencido sus argumentos para dejar de poner la tilde en «solo», pues resulta que la llamada tilde diacrítica siempre distingue entre pares tónicos (él, mí, tú, sí…) y átonos (el, mi, tu, si…), cosa que no ocurre con «solo», ya sea adjetivo o adverbio, ni con los demostrativos. La tilde vendría justificada por la necesidad de evitar la ambigüedad en algunas oraciones, pero como dice la propia Ortografía: «estas posibles ambigüedades nunca son superiores en número ni más graves que las que producen los numerosísimos casos de homonimia y polisemia léxica que hay en la lengua»… Y lleva toda la razón. He aquí un par de ejemplos a tecla pronta (es decir, a bote pronto, que se me acaban de ocurrir) en los que podríamos justificar el empleo de tilde diacrítica para evitar la ambigüedad:

  • Lo hizo Miguel seguro (‘probablemente lo hizo Miguel’ o ‘Miguel lo hizo con seguridad’).
  • Como como en casa, me siento a gusto (‘al comer como en casa, me siento a gusto’ o ‘precisamente por comer en casa me siento a gusto’).

Además, por la misma regla de tres, tendríamos que poner tilde a todos los pronombres indefinidos (pocos, varios, algunos, otros…) para diferenciarlos de los correspondientes determinantes.

En definitiva, que a partir de ahora dejaré de poner la tilde en «solo», a pesar de que haya posibles casos de ambigüedad. De todas formas, también he de agradecer a las Academias que no sean taxativas y dejen un resquicio a los nostálgicos: «a partir de ahora se podrá prescindir de la tilde en estas formas incluso en casos de doble interpretación» (la cursiva es mía).

Para despedirme del «sólo» dejo aquí, solo para quien quiera entretenerse, casi la misma frase con distintos significados (se entenderían mejor si hubiese utilizado comas y comillas, pero perdería su gracia):

  • Solo piensa el solo.
  • Sólo piensa el solo.
  • Solo piensa él sólo.
  • Sólo piensa él solo.
  • Sólo piensa él sólo.
  • Sólo piensa el sólo.
  • Solo piensa el sólo.

Creo que estas oraciones quedan tan claras que no hace falta aclararlas.