Ataque de risa

La última hora de los viernes suele ser una hora difícil. Los alumnos están pensando en el fin de semana (bueno, están pensando en el fin de semana con especial intensidad, porque en el fin de semana están pensando desde el lunes), y el profesor también, aunque a ellos les cueste creerlo y se piensen que uno se tiraría allí por gusto hasta las siete de la tarde dando clase. La tensión y el cansancio de toda la semana se han ido acumulando y a veces basta una chispa para que salte el incendio.
El viernes de la semana pasada, a última hora, a M. le dio la risa porque, mientras yo explicaba emocionado un poco de sintaxis, me miró a través de una regla de plástico con los bordes convexos y me veía chiquitito o grande cuando le daba la vuelta a la regla. Como es lógico, M. fue transmitiendo su descubrimiento a cuantos tenía alrededor que comprobaban en el acto lo divertido que era ver al profesor chiquitito o grande. Pude haber saltado, pero no lo hice. Me limité a quitarles la regla, a mirarles a través de ella y a hacer que me reía. Después continué con mi apasionada explicación del Complemento Regido y allí habría acabado todo, pero M. recordando lo que había visto, no pudo aguantar la carcajada… me miró, la miré, me pidió perdón, me puse serio, se puso seria y a los pocos segundos volvió a entrarle otra carcajada incontenible. Quizá podría haberlo arreglado poniéndome realmente serio o dando una voz, sin embargo, para mi propia sorpresa, a mí también me entró una carcajada incontenible. Y como mi risa no es precisamente discreta, a continuación a todos les entró la risa de ver cómo me entraba la risa. Y yo, al ver cómo les entraba la risa porque me entraba la risa porque a M. le entraba la risa, no pude evitar volver a reírme a bandíbula batiente. Y ellos, al ver cómo me entraba la risa porque les entraba la risa porque me entraba la risa porque a M. les entraba la risa, empezaron a morirse de risa. Y así entramos todos en un círculo carcajeante del que era imposible salir. Bueno, entramos todos menos A., que como está últimamente muy despistado, después de echarse unas risillas preguntó muy serio de qué nos reíamos… con el consiguiente estallido carcajil porque era todo tan absurdo que nadie podría dar una explicación sensata a aquellas risas. Se nos saltaban las lágrimas, nos retorcíamos en el sitio, golpeábamos las mesas, nos apretábamos la tripa y a cada segundo de silencio le seguía otra carcajada aún mayor.
Después de hercúleos esfuerzos por recuperar la seriedad, de mirarles con cara de hasta aquí hemos llegado y de conseguir que todos se callaran, me volví a la pizarra dispuesto a seguir con el pobre Complemento de Régimen que tampoco entendía muy bien de qué iba la fiesta. Pero bastaba empezar a decir «El complem…» para morirme otra vez de la risa y, por supuesto, para que se muriesen. No sé si fue al quinto o sexto intento cuando logré recuperar la calma, cuando ya no nos quedaba ni media risa dentro del cuerpo.
Lo más sorprendente de todo es que después la clase continuó de lo más tranquilo. Todavía no he conseguido explicarme las causas de mi ataque de risa. Me imagino que estar tanto tiempo al día con adolescentes hace que, de vez en cuando, recuperes la edad del pavo y te rías sin motivo por cualquier cosa. Y la verdad es que se agradece.

4 comentarios en “Ataque de risa

  1. No intentes buscarle una explicación… si esos son los mejores momentos. No todo el mundo, y mucho menos los profesores, es capaz de dejarse llevar por unos instantes y disfrutarlo. Escribes muy bien, te leo. Un abrazo! 🙂

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  2. Bandíbula es un personaje mal encarado, un bandido a todas luces, con un pañuelo de pirata ladeado sobre la cabeza y famoso por mascar los huesos de sus víctimas. Cuando está batiente resulta todavía más peligroso. Su carcajada es brutal.

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